El viaje de Londres a Norwich resultó ser increíblemente extenso; nos vimos obligados a detenernos en varias posadas a lo largo del camino, ya que continuar era difícil y peligroso. Luisana se quejaba constantemente, y no podía culparla; permanecer sentados durante horas era agotador, especialmente con un niño tan pequeño. Sin embargo, después de muchos días, finalmente llegamos a nuestro destino.
Fui el primero en bajar del carruaje y luego ayudé a Luisana a descender. Observó el lugar con una enorme sonrisa, y su felicidad era contagiosa. Sabía que este lugar le encantaría.
— ¿Y esto? —preguntó, sus ojos brillando de curiosidad.
La conduje en silencio hacia el interior de la casa.
— Es tu lugar soñado —respondí cuando entramos.
Volteó a mirarme, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
— Quiero que vivas en paz, y sé que en Londres nunca lo lograrás. Así que, si quieres, podemos quedarnos aquí —le propuse.
Ella no dijo nada y comenzó a explorar el lugar. Antes del incidente con Eri