Capítulo 7
Pero Diego no llegó.

Dos horas después, Camila recibió su llamada.

—Cariño, la empresa me mandó de urgencia a la Ciudad A por cinco días. No voy a poder acompañarte.

La sesión de fotos que Camila había reservado también era en esa ciudad.

—Si quieres, intento que manden a alguien más. Yo asumo las consecuencias. —La voz de Diego sonaba dolida—. Amor, sé cuánto has querido venir a la Ciudad A. No quiero que te sientas decepcionada.

Camila guardó silencio unos segundos.

—El trabajo es lo primero. Las fotos de boda se pueden hacer después.

—Compro los boletos. Apenas termine la boda, nos vamos directo a la Ciudad A.

Al colgar, Camila buscó el número de un colega de Diego y le mandó un mensaje.

La respuesta llegó pronto: Diego, efectivamente, había sido enviado a un viaje de último momento.

Camila pasó la hoja del calendario y desdobló el papel escondido detrás.

Había pasado dos noches en vela preparando esas notas: dos páginas llenas de rutas y planes.

La mitad, para las fotos de boda. La otra mitad, para recorrer junto a Diego la ciudad que más había soñado conocer.

Las fotos ya no se harían. Pero antes de irse del país, Camila aún quería pisar la Ciudad A.

Guardó el calendario en la maleta, miró a su alrededor para asegurarse de que no quedara nada suyo y salió con el equipaje sin volver la vista atrás.

Faltaban tres días para la boda.

Camila siguió su itinerario y recorrió cada rincón de la Ciudad A.

En el camino, le llegaron decenas de mensajes de Diego:

«Hice que Isabela se quedara en casa de una amiga, no quería que te sintieras incómoda.»

«Llegué a la Ciudad A. Es tan hermosa como siempre la imaginaste. Después de la boda, nos quedamos aquí el tiempo que quieras.»

...

«Las jacarandas están preciosos. Ojalá estuvieras aquí para verlos conmigo.»

No hacía falta desearlo. Ella sí los estaba viendo.

Camila cerró la foto que Diego acababa de enviarle y levantó la vista.

Ese mismo bosque de jacarandas estaba en su plan.

Y allí, bajo los pétalos, Diego extendía los brazos.

Un instante después, Isabela, vestida de novia, se lanzó a su pecho.

Sus miradas se entrelazaron, impregnadas de ternura, como si el mundo entero hubiera sido hecho para ellos.

Diego la sostuvo con una sonrisa.

—¿Ahora sí estás feliz? Lo que quieras, ¿cuándo te he dicho que no?

—La mujer que amo eres tú. ¿No lo sabes mejor que nadie?

Camila se quedó inmóvil, el viento frío cortándole la piel hasta los huesos.

El fotógrafo que había elegido con tanto cuidado era el mismo que ahora les tomaba las fotos.

Durante cuatro horas, Camila los siguió a distancia, observando cómo posaban en cada sitio marcado en su itinerario.

Y cada vez que cambiaban de escenario, recibía un nuevo mensaje de Diego:

«Amor, todo esto me hace pensar en ti. Daría lo que fuera por dejar el trabajo y correr a tu lado.»

«Faltan tres días para la boda. Nunca había sentido que el tiempo pasara tan lento."

«Aquí hay un montón de candados del amor. La próxima vez que vengamos, tenemos que dejar el nuestro con nuestros nombres grabados.»

«Camila, lo nuestro será para siempre. Nunca nos vamos a separar.»

Sin darse cuenta, la noche cayó.

Los turistas se fueron dispersando. Camila caminó lentamente hasta el lugar de los candados de amor.

En la parte más alta, encontró los nombres grabados, juntos:

Diego e Isabela.

¿Nunca separarse? Qué broma.

Camila no pudo evitar reír, mientras las lágrimas corrían por su rostro.

El celular vibraba sin descanso.

Ahora eran mensajes de Isabela: las fotos de su boda con Diego.

"Si yo lo quiero, él me lo da todo."

"Gracias a ti, las fotos quedaron hermosas."
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