Capítulo 8
Todo se detuvo de golpe. El momento intenso quedó atrás.

Durante el camino al hospital, Ivana por fin entendió lo que había pasado.

Alguien había filtrado en redes que Elena no era hija biológica de los Ramos. Decían que era una impostora. Aunque la familia intentó desmentirlo, quien soltó la bomba también publicó pruebas: un examen de ADN.

La noticia estalló. Las redes se llenaron de comentarios furiosos. Elena tenía millones de seguidores, todos convencidos de que era la heredera legítima. Sentirse engañados desató una tormenta de insultos y acusaciones.

Incapaz de lidiar con el escándalo, Elena había intentado quitarse la vida con pastillas.

Cuando llegaron al hospital, Nelson colgó una llamada con su equipo de relaciones públicas. Antes de bajar del auto, se giró hacia Ivana con tono firme, casi dando una orden:

—Ivana, tienes que salir a decir que Elena sí es tu hermana biológica.

Ivana soltó una risa seca, sin pizca de humor.

—¿Y por qué haría eso?

—Porque ahora mismo eres la única que puede salvarla —respondió Nelson, visiblemente molesto—. Nadie nos cree ni a mí ni a tus padres. Todos piensan que te estamos usando o que estamos del lado equivocado. Pero si tú lo dices, te van a creer.

Ivana lo miró sin pestañear, el rostro sereno, pero la voz afilada:

—Lo que pregunto es: ¿por qué debería hacerlo?

¿Por qué?

Ella era la verdadera hija de los Ramos, pero sus padres siempre elegían a Elena.

Ella era la esposa legítima de Nelson, pero él solo tenía ojos para Elena.

¿Por qué siempre tenía que ceder, como si Elena fuera la única digna de ser protegida? ¿Por qué siempre ella era la que terminaba sacrificándose?

Nelson, perdiendo la paciencia, soltó con brusquedad:

—Ya basta. Sé que no lo vas a hacer por buena voluntad.

Se aflojó la corbata de un tirón, visiblemente irritado.

—Mira, hagamos un trato: si ayudas a Elena esta vez… yo cumplo contigo como esposo.

Ivana lo miró, atónita.

—¿Cumplir... cómo?

Nelson la miró con frialdad, sin rodeos.

—Acostándome contigo, ¿qué más iba a ser? No creas que no me di cuenta que hoy saliste con ese tipo solo para darme celos. Quieres provocarme, quieres que te busque. Siempre ha sido así.

Él mismo se convencía de eso. Ivana lo amaba, lo sabía. Jamás buscaría a otro por deseo. Todo lo que pasó en el club, según él, fue solo una escena para empujarlo a reaccionar.

Y lo peor es que casi lo lograba.

El coraje se le subió a la cabeza. Su tono se volvió más duro:

—Te estoy dando lo que tanto dices que te falta. Si salvas a Elena, te prometo que no te va a faltar lo que necesitas en la cama. ¿Así te basta?

Ivana se quedó helada. El rostro se le puso blanco, completamente vacía de expresión. Le temblaban los labios cuando murmuró:

—Nelson, ¿para ti qué soy?

Había convertido la intimidad en moneda de cambio.

¿Eso valía ella para él? ¿Un cuerpo con el que podía negociar?

Nelson sintió el peso de sus propias palabras. Algo dentro de él se movió, una mezcla de rabia y confusión, con esa necesidad de control que siempre lo dominaba.

"Si logro que Ivana se calme, hará lo que quiero", pensó.

Sin pensarlo mucho, la tomó del rostro y la besó con fuerza.

Fue un beso cargado de tensión, de deseo reprimido, como si al hacerlo pudiera retomar el control.

Pero de pronto, un dolor punzante le atravesó la lengua. Sintió el sabor metálico de la sangre.

La soltó de golpe, sorprendido.

—¿Ivana, me mordiste?
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