Justo cuando nos estábamos besando apasionadamente, de la nada sonó el tono agudo de mi celular.
En un momento tan íntimo, fue muy inoportuno.
Mi cuerpo tembló y, entre la confusión, mi mente se aclaró un poco.
El teléfono seguía sonando a un lado: era el mío.
Apoyé la mano en el hombro de Mateo, volteé la cabeza y vi que era Asher el que llamaba.
A Mateo le molestó mi distracción e hizo como si no oyera nada. Me sujetó la barbilla y me besó otra vez.
Lo empujé suavemente del pecho y me aparté del beso, con la respiración agitada:
—Espera… espera… es el teléfono, es Asher…
—No importa quién sea —Mateo se puso autoritario, me presionó la espalda para que no me alejara y sus ojos oscuros ardían como el fuego.
Mi cuerpo ardía con sus caricias, pero el timbre insistente del teléfono no me dejaba concentrarme.
Además, me preocupaba que Asher llamara por algo urgente.
Mateo seguía excitándome, y esa sensación de quedarse a medias era todavía peor.
Le di un beso rápido para calmarlo:
—Déjame