Cuando bajé después de guardar el regalo, Alan salía de la cocina y las tres bolsas negras ya no estaban.
—¿Qué llevaste a la cocina? —le pregunté.
—Bah, solo vi unas cosas curiosas en el camino y las compré para ustedes. Aurora, Valerie y yo no comimos, ¿podemos quedarnos a cenar aquí? —respondió con una sonrisa despreocupada.
—Está bien —asentí—, pero Mateo no está en casa. Es probable que hoy no regrese.
Ese hombre todavía estaba molesto, incluso me había bloqueado.
Lo conocía bien: seguramente no regresaría en toda la noche.
Alan y Valerie se miraron con preocupación y enseguida me preguntaron si había peleado de nuevo con Mateo.
Les conté, a grandes rasgos, lo que pasó con la actividad en la escuela y lo del abrazo frente a la entrada.
Valerie apretó los labios sin decir nada.
Alan, con el mentón apoyado en la mano, me observó y dijo:
—No es para tanto. Mírate, toda angustiada. Ese hombre es fácil de contentar, créeme. Con que lo consientas un poco, se le pasa.
—Pero me bloqueó. N