Mateo vivía en la misma habitación que había sido nuestro dormitorio de casados, de verdad.
Cuando llegué a la puerta, dudé un buen rato antes de levantar la mano y tocar.
Esperé un rato, pero nadie abrió.
¿Será que Mateo no estaba adentro?
Giré el picaporte con cuidado y asomé la cabeza.
Vi que la habitación estaba vacía, aunque la puerta del baño estaba cerrada y de adentro se oía el sonido del agua.
O sea, Mateo se estaba duchando.
Pensando en eso, entré de puntillas con la idea de agarrar mi maleta y salir rápido.
Después de lo que pasó en el pabellón, si él me veía ahí, seguro me echaba una de sus burlas.
Miré alrededor y encontré la maleta apoyada contra la pared.
Justo cuando pasaba frente a la puerta del baño, esta se abrió de golpe.
Me asusté, y cuando giré la cabeza, me topé directo con los ojos de Mateo.
Cuando me vio, primero se puso molesto, pero enseguida sus ojos me recorrieron el cuerpo de arriba abajo, poniéndose oscuros con una intensidad ardiente.
Yo sabía muy bien l