¿Será que me llamó para preguntarme por mi mamá y, de paso, contarme cómo estaba la de él?
Sin pensarlo mucho, le marqué.
Pero, aunque llamé dos veces seguidas, nadie contestó.
No me di por vencida y lo llamé varias veces, pero siguió sin responder.
Esa hizo que me volviera a doler el pecho.
Cuando regresé a la puerta de la sala de operaciones, mi hermano se acercó de inmediato:
—Aurorita, ¿Qué pasó? ¿Mateo si te llamó? ¿Te dijo algo?
Lo miré fijamente.
Con eso que acababa de decir, era claro que él pensaba que Mateo tenía que llamarme y contarme algo.
Entonces… ¿qué sabía él?
Lo cogí fuerte del brazo y le pregunté rápido:
—¿Por qué crees que Mateo me tuvo que haber llamado? ¿Qué es lo que me estás escondiendo?
Mi hermano apretó los labios y no contestó.
Me impacienté y le dije, casi gritándole:
—¡Habla!
Pero, aunque insistí, solo miró a otro lado, triste y dolido, sin decir una sola palabra.
Le volví a hablar, con rabia:
—Si no quieres decírmelo, voy a buscar a Mateo y se lo voy a pr