Al llegar a la puerta, Mateo se giró rápido para mirarme.
—Me voy a la empresa.
Asentí.
—Cuídate en el camino.
Él me lanzó una mirada intensa y, sin decir nada más, abrió y salió.
Cerró la puerta. Por fin, se había ido.
Me quedé mirando la puerta cerrada, con la mente en blanco y una extraña sensación apretándome el pecho.
En serio, parecíamos... una pareja normal.
No sé qué le pasaba, pero hoy ese hombre estaba demasiado comunicativo. Y esa forma en la que me miraba... tenía algo especial.
Sacudí la cabeza, obligándome a no dejarme llevar por pensamientos inútiles.
Limpié rápido la cocina.
Después salí y me acerqué a la ventana. Al ver que el auto de Mateo ya no estaba, arrastré mi maleta y salí de inmediato.
Ya había pasado la hora pico, así que el tráfico estaba tranquilo.
El auto avanzó sin problemas rumbo al aeropuerto.
Observé las calles de siempre, sintiendo una nostalgia difícil de disimular.
Esta ciudad, Ruitalia, en la que viví por más de veinte años... al fin iba a dejarla.