Camila, pálida y angustiada, le preguntó a Alan:
—Alan, ¿le pasó algo a Mateo? Llévame con ustedes, quiero ir a verlo.
Alan le respondió con fastidio:
—¡Ya estuvo! ¿Aparte de llorar, sabes hacer otra cosa? No estorbes, quédate aquí en el hotel, ¿sí?
Le habló de malas ganas, y luego me tomó de la mano y nos fuimos rápido al ascensor.
Camila se quedó en el pasillo, llorando bajito.
Pero Alan no era Mateo, no nos importaban sus lágrimas.
Cuando salimos del hotel, noté que ya había oscurecido otra vez.
Nos subimos al carro, y mientras manejaba, Alan me fue contando:
—Hoy no sé qué le pasó a Mateo, estaba fuera de sí. Dijo que iba a ir con Waylon al Paraíso Celestial, pero apenas llegó Waylon, se armó el caos. Mateo, que siempre es tranquilo y reservado, hoy parecía otra persona.
El carro llegó rápido a la avenida principal.
A esta hora, el tráfico estaba pesado y las luces de neón pintaban la ciudad de colores.
Me acordé de cómo Mateo salió del cuarto, con esa mirada amenazante, diciendo q