Mientras hablábamos, de pronto empezó a sonar el teléfono de Alan.
Él lo miró, luego me vio y sonrió.
— Mira, como tú no le contestas, ahora Mateo me está marcando a mí —dijo, y lo puso en altavoz.
— ¿Ya llegó? —preguntó Mateo. No sonaba muy amable, se notaba que estaba aguantando el enojo.
Alan sonrió de manera burlona.
— Sí, ya está aquí, justo al lado mío. ¿Quieres que le diga que te hable?
— ¡No! —contestó Mateo, con un tono seco, y colgó sin decir más.
Alan se echó a reír.
— Anda, ustedes sí que hacen buena pareja. Son igualitos, ¿sabías?
Me recosté en la silla, cerré los ojos y no quise seguir hablando.
Menos de una hora después, el auto paró frente a un hotel muy elegante.
Alan me dio la tarjeta de la habitación y la maleta.
— Piso 20. El número está en la tarjeta. Sube tú sola, yo tengo que ver a Mateo —me dijo.
— Está bien —le contesté, tomando la tarjeta. Mientras lo veía alejarse, no pude aguantar la pregunta:
—¿Es muy difícil el trabajo aquí?
Alan contestó con entusiasmo:
—