Eso sí me molestó, ¿cómo puede ser que siempre piense así?
Si hubiera otro tipo, ¡lo habría mandado a llevarme al hospital sin dudarlo! Y no habría pasado toda la noche revolcada con él.
Todavía estaba tirada sobre el escritorio, los botones de mi camisa rotos por su culpa, y mi ropa interior casi a la vista.
Me dio vergüenza solo recordarlo, pero él seguía allí, apretándome el hombro con fuerza, mirándome fijamente.
—Habla, si fuera otro hombre, ¿ya no me necesitarías, verdad?
—¡Mateo, deja de decir eso!
Lo miré con desesperación. ¿Qué tengo que hacer para que se calme, para que me deje tranquila?
Su actitud cada vez me dejaba más confundida.
Él inclinó la cabeza, se acercó más a mí y, con voz grave, me dijo:
—Ahora que ya estás despierta, dime de verdad, si el que te hubiera salvado esa vez fuera Michael, ¿le habrías dicho lo mismo y le habrías pedido ayuda esa noche?
Ah, otra vez está comparándose con Michael.
Pero, esta pregunta está difícil de contestar.
Si digo que sí, se va a vo