En ese momento, la puerta se abrió de golpe con un estruendo. Me estremecí y me levanté por instinto. Los médicos y las enfermeras que estaban a mi lado se asustaron.
—¡Oiga! ¿Quién es usted? —gritó alguien—. ¡Sálgase de aquí ahorita mismo, los hombres no pueden entrar!
No alcancé a reaccionar cuando alguien abrió la cortina de la nada. Al instante siguiente, vi a alguien pasar y me sacó del quirófano de un jalón.
—¡Tú... tú de verdad no quieres a este niño! —era la voz de Javier.
Me molesté al verlo; tenía una expresión muy seria y los ojos rojos. De inmediato sentí rechazo y odio. Si no fuera por él, ¿cómo habría llegado yo a abortar? ¿Cómo habría terminado todo así con Mateo?
Asqueada, resistí.
—¡Suéltame! El niño está en mi panza. ¡Lo que haga es mi decisión!
Pero Javier me agarró con más fuerza todavía. Me apretaba tanto que sentía que me iba a romper la muñeca. No dijo nada más; simplemente me arrastró hacia la salida del quirófano. Luché con todas mis fuerzas.
—¡Suéltame! ¡Este