Por supuesto, Camila no podía permitir que la "gente de Javier" se quedara vigilando allí, sobre todo porque tenía planeado destruirme. Lo irónico era que ella ni siquiera sabía que su hermano, en realidad, solo quería protegerla.
Camila les dijo con impaciencia a aquellos supuestos guardaespaldas:
—No necesito que se queden aquí. ¿No entienden?
—Pero...
—Nada de peros. ¿No ven que ya tengo a mis propios guardaespaldas? —lo interrumpió, tajante—. No necesito que estorben, y si a mi hermano no le gusta, yo misma se lo voy a decir después. Váyanse ya, no quiero que me pongan de mal humor.
El guardaespaldas que estaba al mando escuchó la orden y, con los demás detrás, se retiró por fin. Camila cerró la puerta de un golpe y se volteó hacia mí con una sonrisa.
—Aurora, mira cuánto te aprecia mi hermano. Ya estamos en plena boda y aun así tiene miedo de que alguien te secuestre —dijo, tan falsa como siempre—. Es raro, nos estamos casando, no estamos haciendo nada raro. Con tantos hombres vig