Lo que Javier dijo debía referirse a algo que pasó cuando éramos jóvenes.
—Si vienes a felicitarnos a mí y a Aurora, vas a ser bien recibido —dijo Javier—. Pero si vienes a arruinarlo todo, no me digas nada si dejo de considerarte familia.
Después de decir eso, me llevó hacia el auto. Sentí claramente una mirada intensa clavada en mi espalda, pero no me atreví a voltear. Daba igual; Mateo iba a llevar a Bruno a la boda y allí todo se aclararía.
Cuando llegamos al auto, Javier prácticamente me metió de un empujón. Apenas me acomodé, él se sentó a mi lado, furioso.
—¡Arranca! —le ordenó al chofer.
El conductor pisó el acelerador sin dudar. A través de la ventana, vi a Mateo aún de pie allí y, a medida que nos alejábamos, su silueta desapareció.
—¿Por qué fuiste a verlo? —preguntó Javier de repente. Su voz era baja, pero sonaba aterradora.
Me forcé a mantener la calma:
—Dijo que como yo iba a casarme con otro, quería verme una última vez y despedirse.
—¿Ah, sí? —se rio sin emoción.
De pro