Le pregunté otra vez a Bruno:
—¿Ya tienes preparadas las pruebas de los crímenes de Camila?
Él asintió, con los ojos llenos de un odio tan profundo que me hizo pensar que, si Camila apareciera en ese instante, él la apuñalaría sin dudar. Cuando lo vi decidido a testificar contra ella, me sentí aliviada.
Me volteé y vi a Mateo aún de pie, inmóvil, con el puño apretado con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
Sentí un dolor en el pecho. Me acerqué y le dije en voz baja:
—Está bien que Bruno esté contigo. Tú sabes que lo de nuestras mamás hace cuatro años tiene otra explicación, y él es la clave de esa explicación. Ya debes saber qué hacer después.
Él no respondió, solo miraba al piso, con los ojos completamente enrojecidos.
Respiré hondo y no insistí, temiendo que si seguía hablando con él, Waylon acabaría irritándose. Apreté los labios y, después de mirarlo una última vez, me di la vuelta para irme, pero él volvió a agarrarme la muñeca.
Lo miré a los ojos:
—¡Mateo!
—¿C