Michael miró a Javier y le dijo:—Sal un momento por favor, quiero hablar con ella a solas.
—De acuerdo —contestó Javier, sonriendo, y se fue sin decir nada.
Al pasar junto a mí, me sonrió. Era una sonrisa con un mensaje subliminal.
Cuando Javier salió, Michael me agarró del brazo y me llevó a la oficina del jefe.
Con apuro, dijo:
—Aurorita, estás haciendo muy bien tu trabajo, ¿por qué quieres dejarlo así nada más? ¿Es porque soy el dueño? ¿Y eso qué tiene que ver? Somos amigos, es normal que entre amigos se echen una mano.
—Pero no es lo mismo.
—¿Qué no es lo mismo? Ya nos tenemos confianza.
—Le prometí a Mateo que no tendría nada que ver contigo. Le dije a la cara que no trabajaría para ti. Tengo que cumplir con eso por lo menos.
—Mateo, otra vez Mateo... Aurorita, ¿no te hizo suficiente daño la vez pasada con lo de mi abuela? ¿Ese bobo no sabe hacer otra cosa que no sea lastimarte?
Me mordí el labio, sin saber qué contestar.
En el fondo, no era solo por Mateo. También era por esa nec