¡Pum!
Justo después de que hablé, Javier tiró la copa de cristal contra el suelo.
El ruido de los vidrios rotos resonó en la casa grande, vacía y silenciosa.
Unos pedazos de vidrio me saltaron al tobillo y me hicieron dos cortes que empezaron a sangrar.
Lo miré, muerta del miedo.
—¿Qué haces?
En ese momento, Javier parecía otra persona. Ese hombre elegante y tranquilo que conocía había desaparecido; ahora, su cara, que siempre se veía tan calmada, estaba llena de rabia y desprecio.
Tuve un mal presentimiento y, sin pensarlo, me di la vuelta para salir corriendo; sin embargo, no di ni dos pasos cuando sentí que me agarraban con una fuerza tremenda. Javier me jaló hacia atrás y me estampó contra la pared.
—¿Por qué corres? —me preguntó con una sonrisa llena de maldad.
El cuerpo me temblaba del miedo y no pude decir ni una palabra.
Mateo también había sido agresivo conmigo alguna vez, pero nunca había sentido tanto terror porque, en el fondo, sabía que por más bravo que estuviera, é