El pasillo estaba vacío y en completo silencio. Poco después escuché la voz de Carlos:
—Camila, ¿dónde te metiste? Te busqué por todas partes.
—No fui a ningún lado, solo subí a la azotea a tomar un poco de aire.
Carlos se detuvo un momento y, con algo de duda en la voz, preguntó:
—Camila, ¿qué fue lo que le pusiste al vaso con agua? ¿Qué era eso? ¿Y para quién era?
Cuando escuché eso, el estómago se me retorció. ¿Ese vaso con la sustancia era para Mateo? Si era así, ¿su vida corría peligro? ¿Qué demonios había en el agua?
Camila se quedó callada unos segundos; luego, con una sonrisa, dijo:
—Es que me dolía la cabeza, eran unas pastillas para la migraña. Iba a tomármelas yo, pero el agua estaba muy caliente, así que le pedí al mesero que me trajera otro vaso.
Carlos, sin sospechar nada, preguntó preocupado:
—¿Te sigue doliendo? Si es necesario, ¿te llevo al hospital a que te revisen?
—No hace falta —respondió Camila mientras empezaba a coquetearle—. Dormí un rato y ya me siento mucho