Justo en ese momento, escuché dos voces familiares venir del jardín.
Mi corazón dio un brinco, y corrí rápido hacia afuera.
Vi a Embi y Luki bajando del carro, sonriendo de oreja a oreja, corriendo hacia mí.
—¡Mami!
Embi se lanzó a mis brazos de inmediato, frotando su carita roja contra mi pecho.
Con los ojos enrojecidos, Luki me tomó de la mano.
—Mami, ¿te dolió mucho cuando te caíste? Estaba muy preocupado por ti.
La herida en mi frente ya se había cerrado, y durante estos días no me había vuelto a vendar, solo le había puesto un poco de ungüento antes de dormir.
Me agaché para abrazar a los dos niños y sonreí.
—Estoy bien, ¿ven? Estoy perfectamente.
Embi me abrazó del cuello y, apoyando su carita en mi pecho, hizo un puchero.
—¿Por qué no regresas a casa? ¡Te he extrañado tanto!
Luki asintió rápido.
—Yo también te quiero, mami.
Sentí un dolor en el pecho y acaricié sus cabecitas, pero no supe qué decirles en ese momento.
¿Cómo habían llegado hasta aquí?
¿Sería Mateo el que los envió