El sonido de la puerta al abrirse me hizo espabilar.
Escuché pasos familiares detrás de mí.
De inmediato bajé la mirada, borré el historial de conversación con Waylon y bloqueé su número.
Cuando terminé, Mateo ya estaba justo detrás de mí. Su presencia llenó la habitación y reconocí su respiración y el olor de su abrigo.
Volteé y lo vi mirándome con esa mirada penetrante que tanto me desarmaba.
Nerviosa, me contuve y sonreí:
—¿Qué pasa?
—La cena está lista. Vamos a comer. Después te voy a llevar a ver a Alan y a Valerie.
—Perfecto —respondí con entusiasmo.
Hacía días que, concentrada en enfrentar a Waylon, no había tenido tiempo de visitar a Valerie.
Tomé la mano de Mateo para salir, pero él bajó la mirada hacia mi teléfono.
El corazón me dio un salto.
Con calma, le extendí el celular:
—¿Quieres revisar mi teléfono?
—No —dijo.
Su respuesta fue seca, casi dura.
Luego me tomó la mano con fuerza y me llevó a bajar las escaleras.
Observé su cara tensa y no pude evitar reírme un poco. Pero