Me estremecí de golpe y me levanté de un salto.
Mi papá iba a ir directamente a pedirle dinero a Mateo, ¡eso no podía pasar!
La abuela seguía internada, en cuidados intensivos.
Mateo ya me odiaba, y Miguel despreciaba a toda mi familia. ¿Cómo se le ocurría a mi papá molestarlos así?
Rápido agarré el teléfono y marqué su número.
Llamé una vez, dos, tres... no contestaba.
Entonces intenté con mi mamá.
Cuando respondió, estaba llorando sin parar.
—Aurorita, ¿por qué llamas? ¿Ya te enteraste de lo de tu papá? Esa inversión salió muy mal… está tan nervioso ahora. Le dije algunas cosas y él… —sollozaba.
—Mamá, ¿está en casa? —interrumpí, angustiada.
Mi mamá, entre llantos, dijo:
—Hace rato estaba gritando. Primero dijo que Michael no sirve, luego que tú tampoco, que no te importa nada. Y al final, se fue furioso, no sé a dónde. Ah, y antes de salir, creo que llamó a Mateo, pero no sé si le contestaron.
Sentí mi corazón hundirse. Salí corriendo hacia el hospital.
Mi mamá seguía llorando, preo