Él solo me miró un instante y luego volvió a bajar la vista, concentrado en curar las heridas de Camila.
Me quedé intrigada. ¿Qué quiso decir con esa mirada?
Lo observé un rato, pero no hizo nada más.
No dijo ni una palabra, solo trató a Camila.
Las heridas de ella eran graves; la sangre no paraba y salía con fuerza. Si hubieran sido un poco más profundas, pudo costarle la vida.
Carlos la miraba, desesperado, como si quisiera dar su propia sangre por ella. Camila, en cambio, ni lo volteó a ver: me seguía mirando con rencor, repitiendo que yo había enviado al asesino.
Sonreí.
A veces Camila era ingeniosa y armaba trampas perfectas; otras, tan torpe que ni notaba cuando la usaban de cebo. Le dije, firme:
—Piensa lo que quieras. Si crees que Waylon es igual que Bruno o Carlos, que esos hombres te adoran sin motivo y te ayudan sin esperar nada a cambio, sigue pensándolo…
—Tú… tú cállate… —murmuró Camila.
Como si hubiera destapado un secreto, se alteró y me gritó, con rabia:
—¡No sé de q