En realidad, Mateo seguía convencido de que yo, en el fondo, amaba a Javier, y que todo lo que hacía para retenerlo era solo por los niños. Por eso tenía que explicarle todo con claridad. Aunque no me creyera, debía demostrárselo con hechos.
Valerie me tomó del brazo, nerviosa:
—¿Qué hacemos? ¿Lo dejamos ir así nada más?
—Ese tipo es un terco. Espérenme —dijo Alan arremangándose—, voy a buscar a Mateo para darle un golpe y que despierte.
Corrí a detenerlo y le dije:
—Déjame a mí.
En ese momento Mateo ya había llegado a su auto. Pero en vez de abrir la puerta de inmediato, volteó a verme.
Bajo la luz tenue del patio, su silueta era como una estatua solitaria entre las sombras. Se quedó mirándome un buen rato. Aunque no alcanzaba a verle la cara, se le notaba la melancolía.
Después de unos segundos, miró a otro lado y abrió la puerta del auto.
Le hablé en voz baja:
—Alan no te mintió. Estoy herida de verdad.
Mis palabras dejaron a Alan y a Valerie boquiabiertos. Sobre todo a Alan, que es