—Mira lo que estás haciendo, ¿de verdad solo vas a quedar satisfecha si logras separarla de tu hermano? —dijo mi padre.
Seguí sonriendo, y miré fijamente a Carlos.
—Hermano, ¿escuchaste lo que acaba de decir papá? Entonces, ¿de verdad no tienes nada que decir?
Mi hermano seguía sentado junto a Camila.
Apretó fuerte las sábanas y respondió:
—Yo no sé nada. ¿Qué quieres que diga?
—Je, qué conveniente eso de “no saber nada” —me burlé.
Mi indignación era demasiada.
Camila empezó a llorar otra vez: —Aurora, ya han pasado cuatro años, ¿por qué sigues odiándome tanto? Entiendo que me calumnies con otras cosas, pero ¿cómo puedes acusarme de traicionar a tu hermano?
—¡Deja de fingir! —le grité, sin poder contenerme.
—¡Yo misma te vi cogiéndote a Bruno! Si tienes agallas, ¡júralo con tu vida!
—¡Aurora! —Carlos estalló, furioso —Puedes decir lo que quieras de otras cosas, pero no tolero que hables de Camila así.
—Exacto, en esta casa siempre he vivido yo sola, ¿qué hombre podría haber