Mi papá, con una sonrisa nerviosa, dijo con prisa:
—Mateo, esta vez estoy en un proyecto grandote, solo que al principio tuvimos un poco de mala suerte y perdimos algo de dinerito.
Mira, ¿podrías prestarme 30 millones de dólares? Cuando empiece a generar ganancias, te doy una parte.
—¡Papá, Dios mío!
Lo miré sin poder creerlo.
¡Había perdido 7 millones y ahora le pedía 30 a Mateo!
¿De verdad pensaba que Mateo era su cajero?
¿De dónde sacaba las agallas para pedirle tanto?
—¿30 millones...?
Mateo sonrió un poco y le preguntó con voz tranquila:
—¿Y cuánto me tocaría de ese negocio?
Mi papá se quedó callado un momento, seguro porque sabía que esa “ganancia” no existía y no esperaba que Mateo se interesara en eso.
Tartamudeó:
—Eso... eso todavía no se sabe bien. Cuando acabe el proyecto, se reparte lo que quede. Pero confía en mí, este negocio va a dar frutos, te lo prometo.
Mateo bajó la vista y sonrió:
—Si ya arrancaste perdiendo, ¿qué esperas ganar al final?
Ahí supe que estaba harto. Y