Stefano Narra
Ella se quedó dormida en mis brazos. Me destrozaba verla así, porque no podía hacer nada más que acompañarla, estar con ella, y procurar que Mía recibiera el mejor tratamiento posible. Pero aún así no podía garantizarle que la vida de Mía no estaría en peligro.
La llevé a la cama y siguió durmiendo. Por la mañana, mi sorpresa fue enorme al ver que ella se levantó como si nada hubiese pasado. Se dio una ducha y se maquilló, creo que intentaba disimular sus ojos hinchados e irritados por tantas lágrimas derramadas.
Se dirigió al cuarto de los niños, y despertó a Mía muy suavemente, llenándola de besos, idolatrándola, le repitió miles de veces que la amaba y que era lo mejor que le había pasado en su vida.
Luego del desayuno nos fuimos a dejar a los niños en la guardería.
Ya sin los niños, todavía en el auto le pregunté.
― ¿Cómo estas, Beatriz? ¿Cómo te sientes, amor?
― Estoy bien. Y estoy segura que puede ser un error. Mi hija está sana, no puede tener cáncer ― me dijo, c