Aurora
El tiempo se había convertido en una sustancia viscosa que se arrastraba con dolorosa lentitud. Las luces del hospital privado de la familia Montero brillaban con una intensidad casi agresiva sobre mi cabeza mientras corría por los pasillos siguiendo la camilla donde llevaban a Gael. Su rostro había perdido todo color, y la mancha de sangre en su costado se expandía como una flor macabra sobre su camiseta.
—Señorita, no puede pasar —me detuvo una enfermera cuando intenté seguirlos a través de las puertas dobles que conducían al área de emergencias.
—Por favor, necesito estar con él —supliqué, pero sus ojos profesionales no cedieron.
—Le informaremos cuando termine la evaluación.
Me quedé allí, con las manos temblorosas manchadas con la sangre de Gael. Su sangre. En mis manos. La imagen de él interponiéndose entre aquel cuchillo y yo seguía repitiéndose en mi mente como una película de terror que no podía detener.
Damián apareció minutos después, con el rostro desencajado y la r