Dos años después
Recuerdo claramente cómo empezó todo. Yo, Brisa, una mujer soñadora y terca, siempre con la cabeza llena de ideas románticas y la esperanza de un amor perfecto, sin manchas ni grietas. Pero la realidad, esa que no avisa y golpea cuando menos lo esperas, me enseñó que el amor no siempre es como lo pintan los cuentos.
Por años busqué esa chispa, ese hombre que me hiciera sentir completa, pero el mundo moderno parecía tener otros planes para mí: aplicaciones de citas que no llenaban más que mi paciencia, encuentros vacíos y promesas fugaces. Me negaba a rendirme, pero también a conformarme. Quería algo real. Quería vivir y sentir, no solo esperar.
Entonces decidí tomar control de mi vida. Elegí disfrutar de mi libertad, de mi tiempo, de mí misma. Fue así como me embarqué en ese crucero de quince días que partía desde Miami, con la intención de descubrir el mundo, sí, pero también de reencontrarme conmigo misma.
Nunca imaginé que, entre las olas del mar y la brisa salada,