Capítulo 2. La condición

Hedda vio al hombre frente a ella y parecía tener a otra persona diferente a la que le había hablado hace un momento. Su rostro cambió de ser frío a cálido, sus ojos azules estaban fijos en ella, se estremeció ante esa mirada, no había visto a nadie con ese azul tan profundo o «¿tal vez sí?». No, eso era imposible. Su piel se erizó cuando se dio cuenta de su tacto.

—¿Qué…, qué acuerdo? —Preguntó limpiando sus mejillas humedecidas por las lágrimas.

—Nos casaremos y cumpliremos con nuestras obligaciones. Si en dos años, como máximo, aún quieres irte, lo aceptaré y te dejaré ir.

—¿Qué? ¿De qué habla, príncipe? —Cuestionó.

—De una oportunidad para todos, tu familia, tu pueblo, y tú…, tú podrás elegir lo que quieras después de un año. Te doy mi palabra.

Hedda seguía dudando, no estaba segura de si eso era posible. «¿Pero en que estaba pensando el príncipe Erik? Era una locura»; aun así, él se miraba tan seguro y por un momento quiso confiar él, ¿podría hacerlo? Deseaba tanto que así fuera. Tener al menos una esperanza. «¿Esa era la única forma de ayudar a su familia?» Saber que no habrá guerra era lo único que la reconfortaba al no poder escapar de aquel matrimonio forzado.

—¿Y usted qué gana con esto? —cuestionó Hedda.

Erik la miró directo a los ojos, sostuvo su mirada unos segundos antes de decir:

—A ti, Hedda.

Era la primera vez que la llamaba por su nombre y no pudo evitar que su cuerpo se estremeciera. Su nombre se escuchó tan bien en su voz ronca. «Espera, ¿qué locura estaba pensando?»

—Tengo una condición para nuestro acuerdo privado. —Dijo él. Ella lo escuchó con atención—. Si decides quedarte por ese tiempo deberás darme un hijo, un heredero. —La sorpresa en el rostro de Hedda por sus palabras fue muy notoria.

—¿Un… hijo? —preguntó, como si lo que había escuchado hubiera sido producto de su imaginación.

—Sí, un hijo, princesa. Si después de un año aún quieres irte, debemos encontrar la forma de mantener la paz entre ambos reinos y un heredero puede ser la mejor opción. —Erik la observó unos segundos mientras la analizaba, pero al parecer ella aún estaba sorprendida por su propuesta porque no dijo nada—. Será tu decisión. Si te vas esta misma noche o mañana, no te detendré. —Le aseguró él. Pero ella sabía que las consecuencias de esa decisión eran una guerra—. O te quedas hasta que me des un hijo, o también podrías aceptar este matrimonio. ¿Qué decides, princesa?

Aunque le estaba dando de donde elegir, no se sentía libre de poder tomar la decisión que quería. Claramente no tenía opciones. Si pensaba que ya nada podría empeorar su situación estaba muy equivocada.

—Yo... no sé qué decir. —El príncipe suspiró.

—Piénsalo esta noche. —La voz de Erik fue suave y eso hizo que se fijara nuevamente en sus ojos—. Si necesitas más tiempo, dímelo. Te veré mañana. —Se dio la vuelta y caminó hacia la salida, pero se detuvo antes de abrir la puerta, unos segundos después se giró para ver a Hedda, luego caminó nuevamente hacia ella.

—¿Hay algo más?

—Si decides irte, déjame al menos hacer esto. —Tomó su rostro en sus enormes manos y se acercó lentamente. El cuerpo de Hedda se tensó sabiendo lo que él iba a hacer. Erik unió sus labios en un beso suave y tierno. Su sabor y su aliento inundaron su boca. Sintió el sabor del vino que probablemente había tomado antes, y casi pudo sentirse embriagada. Todo era demasiado para sus sentidos, sin saber cómo, y sin proponérselo ella, abrió su boca dándole a él más acceso. Y eso les arrancó un gemido a ambos.

En su mente ya no había espacio para nada más que no fuera aquel beso. No era como si no la hubieran besado antes, pero se sentía diferente. Era el primer beso que le daban de aquella forma dejándola casi sin aliento. Hacía temblar algo dentro de su estómago, cerró sus ojos y se dejó llevar. Su mente parecía no funcionar en aquel momento.

Erik rodeó su cintura con una mano posándola en su espalda baja y la acercó más a su cuerpo. Ella gimió al mismo tiempo que sus manos se aferraron a la tela de su capa real. No sabía si era para apartarlo o para acercase más a él; por el agarre de sus puños parecía ser la segunda opción.

Su respiración estaba acelerada y su pecho subía y bajaba como si hubiera estado en una carrera. Cuando Erik rompió el besó, lo hizo lentamente, volvió a tomar su rostro y dejó un beso en sus labios y después otro, no quería dejar de besarlos, pero debía detenerse. La miró al rostro y ella aún mantenía sus ojos cerrados, esperó que los abriera. Compartieron una mirada unos segundos como si estuvieran buscando algo dentro de ellos. Luego, él la dejó y salió de la habitación.

Su respiración aún no se normalizaba y se obligó a llegar hasta su cama porque sus piernas aun temblaban y un sentimiento de… ni siquiera sabía cómo llamarlo. «¿Qué fue eso? ¿Cómo es que terminaron de esa manera?» —pensó. No sabía qué sentía, tal vez era miedo, miedo al no saber a qué podría enfrentarse de ahora en adelante, a lo desconocido, a tomar la decisión equivocada.

Erik llegó a su habitación, y su sirviente entró detrás de él. Se dispuso a quitarle su capa como era costumbre.

—Vete —Ordenó él, el joven hizo una reverencia y salió cerrando la puerta. El príncipe tenía dudas de si lo que había hecho fue buena idea. Temía que la hubiera asustado y saliera huyendo antes de que pudiera pensar bien en su propuesta.

Pudo sentir su cuerpo corresponderle a él, esperaba que decidiera quedarse, aunque fuera solo por su familia y no por él.

—Señorita Hedda. —Nilsa, su sirvienta, estaba retirando los accesorios de su cabello. La llamó un poco más fuerte, Hedda levantó la mirada y vio a su sirvienta a través del espejo—. ¿Le sucede algo, señorita? —preguntó Nilsa. La había visto perdida en sus pensamientos desde hace rato. Trató de llamar su atención más de una vez, pero no había funcionado.

—¿Ah? No, estoy bien —Hedda intentó darle una sonrisa a la chica que más que una sirvienta era una amiga, ella había intentado convencerla con lágrimas en sus ojos para que no escapara esa noche, y no era porque probablemente la culparían por no estar pendiente de ella, sino porque le dolía separarse. «¿Cómo no pudo ser capaz de pensar antes en su familia, en Nilsa?» Ella le había servido desde que ambas eran apenas unas niñas.

—Nilsa, ¿qué opinas del príncipe? —La chica, que estaba concentrada en peinar el cabello de Hedda, respondió sin pensarlo.

—Bueno, es el príncipe más guapo del reino. —Hedda se giró para ver a su amiga y esta se arrepintió de haber dicho eso—. Lo siento, señorita, solo digo lo que los demás dicen.

—Ah, ¿sí? —Nilsa asintió—. ¿Y qué es lo que dicen? —cuestionó Hedda.

—Bueno, eso mismo que le dije. Pero además de eso parece ser una buena persona. ¿Él la convenció de no irse, señorita? 

—Algo así —confesó.

Hedda volvió a perderse en sus pensamientos. Sin poder evitarlo recordó lo que había pasado hace un rato. Se fue a la cama y su sirvienta salió de la habitación. Pasó mucho tiempo pensando en todo lo que el príncipe le había dicho. Les reclamaría a sus padres por no haberle dicho los verdaderos motivos de su llegada a Wison. Se preguntó si no había otra opción, probablemente no; si no, su padre no hubiera hecho eso, él la amaba demasiado.

«¿Qué decisión debería tomar? ¿Irse?». Era lo que más deseaba, pero sabía que ya no era una opción para ella. El peso de mantener la paz entre dos reinos o desatar una guerra con sus acciones no era algo que podía imaginarse que llevaría sobre sus hombros, menos a sus veinte años, no, apenas a sus trece años ya lo habían decidido por ella. Después de pensarlo por mucho tiempo, se abrazó a su almohada y con la imagen en su cabeza del príncipe besando sus labios, se quedó dormida cuando el cansancio la venció.

Hedda despertó un poco desorientada, sintió que había dormido más de lo necesario, aunque no tendría problemas en seguirlo haciendo. Al abrir sus ojos y mirar por la ventana, el sol brillaba con mucha intensidad. La puerta de su habitación se abrió dejando ver a Nilsa, quien traía algo en sus manos que parecía ser un vestido para ella.

—Ya despertó —dijo la chica con una sonrisa en sus labios.

—¿Qué hora es? —preguntó Hedda dando un bostezo que tapó con el dorso de su mano.

—Casi las diez —contestó la joven doncella. Y Hedda se sorprendió mucho, debió dormirse ya entrada la madrugada.

—¿Qué? —gritó levantándose rápidamente de la cama—. Tenía una lección con la señora Elina a las nueve de la mañana. ¿Por qué no me despertaste? —reclamó Hedda.

—Señorita, tranquila. —Nilsa dejó su ropa en la cama—. El príncipe vino a buscarla temprano y…

—¿Qué? ¿Él vino? ¿Qué dijo? —interrumpiéndola, soltó muchas preguntas al mismo tiempo.

—Ordenó que la dejáramos descansar y que tomara sus lecciones en la tarde. —Hedda la miró confundida. «Que hombre más extraño». El primer día había recibido órdenes de que debía cumplir con cada horario de sus clases y que además debía casi madrugar, algo que no fue mucho de su agrado—. También le trajo esas rosas —dijo la joven señalando un jarrón con rosas en una mesa cerca del balcón. Posiblemente el reemplazo del que habían quebrado la noche anterior.

—Su baño está listo, señorita —anunció Nilsa. Hedda, quien estaba observando las rosas de cerca, se giró hacia ella.

—¿Por qué vuelves a llamarme señorita y no Hedda? —cuestionó.

—Bueno, ya sabe, las reglas aquí son muy estrictas y…

—Pero Nilsa, habíamos quedado en…

—Hedda, déjame hacerlo al menos frente a los demás, no quiero que tengamos problemas por eso —le pidió su doncella. Hedda suspiró y aceptó.

—Aprende muy rápido cuando se lo propone, princesa Hedda —dijo Elina—, ayer no estaba tan animada. —Hedda le dio una sonrisa amable. «¿Cómo podría estar animada cuando estaba obligada a hacer algo que no quería?».

Hedda, además de ser bella, era inteligente, culta y estudiosa, pero también tenía una personalidad dinámica. Había sido educada hasta sus trece años en la compleja corte de Hedal, al igual que los príncipes. Ahora todo tenía sentido, desde el principio su abuelo ya había decidido su destino.

—Bien, la veo mañana, princesa.

—Gracias, señora Elina —contestó ella, muy amablemente.

Hedda y Nilsa caminaban por uno de los enormes jardines del palacio.

—Es un hermoso palacio ¿verdad? —comentó Nilsa, pero otra vez no obtuvo respuesta. Hedda había estado callada casi desde que empezaron a caminar.

Apenas anoche estaba dispuesta a dejar incluso a su familia, pero ahora todo ha cambiado. No podría abandonarlos sabiendo que no estarán bien, ni ellos ni el reino de Hedal. Si pierden esa paz, sería su culpa. Solo podría rezar para que Karl pudiera esperar por ella un año. Pero no podía simplemente querer eso, ningún hombre estaría dispuesto a aceptar algo así. Ella se iba a casar y además tendría que darle un hijo al príncipe Erik. No podía seguirse engañando pensando de esa forma. Todo había terminado para ella y Karl tendrá que olvidarse de él. Su decisión ya estaba tomada.

Leia este capítulo gratuitamente no aplicativo >

Capítulos relacionados

Último capítulo