Capítulo 4. El miedo de Lira

TIEMPO ACTUAL

POV Lira

El grito de Simon y la furia en sus ojos me habían helado. Estaba tan cerca, su aliento a alcohol y desesperación rozaba mi rostro, y el olor de su colonia familiar me golpeó con una marea de recuerdos agrios. Me sentí completamente vulnerable, atrapada entre la estantería y su cuerpo furioso.

Un pánico primario me recorrió, no solo por la agresión, sino porque la presencia de Simon amenazaba con derrumbar el delicado castillo de naipes que Knox y yo habíamos construido: nuestro falso matrimonio.

​En ese instante de terror, la puerta de la biblioteca se abrió de golpe.

​La llegada de Knox Spencer no fue un alivio, sino una intensificación del peligro. Era como cambiar un incendio forestal por un témpano de hielo a punto de quebrarse. Su figura alta y sombría en el umbral absorbía la poca luz que quedaba en el cuarto.

Estaba impecable, frío, y su mirada... su mirada de obsidiana se posó primero en Simon, luego en mi rostro y en la mano temblorosa de mi ex que aún se extendía hacia mí.

​—Tienes cinco segundos —dijo Knox, con una voz letalmente tranquila que no necesitaba gritar para sonar como una sentencia—, para explicar por qué mi esposa está acorralada en su casa y porqué ti te atreves a siquiera tocarla.

​Simon, enceguecido por la ira, respondió con un rugido patético:

—¡Tu "esposa" estaba a punto de confesarme que te odia! ¡Este matrimonio es una farsa y tú lo sabes! ¡Ella nunca podría amar a un bastardo frío y calculador como tú! Me ama a mi, y eso será siempre.

​Una sonrisa lenta y arrogante se extendió por el rostro de Knox. Era una burla cruel y despectiva que me hizo querer hundirme en el suelo. Él no se inmutó por el insulto; le daba igual. Su atención estaba centrada únicamente en establecer su dominio.

​—¿Un bastardo frío y calculador? Vaya. Un poco redundante, pero aprecio el esfuerzo —respondió Knox, acercándose a Simon. Su superioridad era tan palpable que podía saborear el temor en el aire—. En cuanto al odio, Simon, hay un abismo entre odiar y no poseer. Y tú, evidentemente, no puedes soportar lo segundo.

​Sentí el escalofrío. Knox no me defendía; me estaba marcando como territorio. Su siguiente frase me lo confirmó.

​—Te sugiero que retires tu mano del espacio aéreo de mi esposa —ordenó, con un tono demandante y glacial—. Cada centímetro de ella es mío, Simon. Incluso si solo soy un "calculador", mi propiedad está fuera de tu alcance.

​Simon perdió el poco control que le quedaba y se lanzó hacia Knox. Pensé: Esto es todo. La farsa se acabó. Pero antes de que Simon pudiera asestar un golpe, Knox interceptó su puño con una velocidad brutal y una fuerza aterradora.

​—Cometiste el error de irrumpir en mi casa y poner tus manos sobre mi esposa —masculló Knox, liberando el puño de Simon con un empujón que lo hizo tropezar.

​Knox regresó a su tono de superioridad calculada.

​—No te preocupes por mi venganza, Simon. Preocúpate por tu negocio. A partir de mañana, todo contrato que tenga tu nombre en él será revisado. Toda financiación será congelada. Haré que tu futuro sea tan pequeño, tan miserablemente insignificante, que tu nueva esposa te mire con el mismo desprecio que yo siento por ti.

​Esto era más de lo que Simon se merecía, pero mucho menos de lo que Knox era capaz.

​Knox señaló la puerta.

​—Ahora, sal. O haré que mi seguridad te arrastre a la calle.

​Simon me miró una última vez. La súplica se había ido, reemplazada por un odio puro. Me di cuenta de que, para él, la verdadera traición no era mi matrimonio, sino que yo me hubiera convertido en el arma más efectiva de su enemigo. Tropezó y salió, dejando solo el silencio detrás.

​El click de la puerta al cerrarse resonó como un disparo. Me sentí completamente expuesta. El protector se había esfumado. Solo quedaba el carcelero o eso decia si expresión.

​Knox se acercó a mí sin tocarme. La distancia física era pequeña, pero la emocional era un abismo. Mi cuerpo temblaba, no por Simon, sino por la adrenalina y el miedo de lo que su visita causaria.

​—Lo que acaba de ocurrir es la razón precisa por la que no podemos dejar cabos sueltos, Lira —dijo, sin mirarme, mientras se dirigía a la mesa. Su tono, seco y gélido, me devolvió a la realidad.

​—El padre de ese niño... ese es nuestro secreto. Si alguna vez, por el motivo que sea —por culpa, por remordimiento, por un desliz de la lengua—, se lo revelas a cualquier persona...

​Me giré, enfrentando su mirada. Estaba estudiando el decantador, como si analizara su estrategia.

​—Tu silencio no es solo un acuerdo, Lira. Es la única garantía de la seguridad de tu hijo.

​Mi respiración se detuvo. El corazón me golpeó contra las costillas. Había tocado la herida más profunda, la razón por la que había aceptado toso estos.

​—¿De verdad crees que la familia de Simon, o peor, su actual esposa Annabell, dejarán pasar la oportunidad de reclamar a ese niño una vez que sepan la verdad? —continuó, sin una pizca de emoción. Su voz era un bisturí—. Ellos tienen el poder para destrozarte legalmente. Yo tengo el poder para ser tu escudo.

​La verdad era innegable. Yo, sola, no podría enfrentarme a la fortuna y la influencia de Annabell y Simón.

​—Yo... lo sé —apenas logré susurrar.

​Knox se acercó a mí, su altura imponente, sus ojos oscuros y perforadores.

​—Mi exigencia es simple: Nunca revelarás que ese niño no es mío. Si la verdad se escapa por tu culpa, no solo revocaré el fondo que cubre cada gasto de tu embarazo y parto.

​Aquí vino la sorpresa escalofriante, la amenaza que me hizo sentir que mi vida se convertía en arena bajo mis pies.

—Sino que me aseguraré de que tu nombre sea arrastrado por el barro por fraude, chantaje y e****a. —Hizo una pausa dramática, dejando que cada palabra se hundiera—. Simon fue una advertencia. Imagínate. Yo, con mi poder, revelando los documentos de tu deuda, tu desesperación... arruinaré tu reputación, y la prueba de ADN será la estocada final para que Annabell se quede con tus hijos. Mi nombre legitimiza a ese niño. Si traicionas el secreto, mi nombre se convertirá en la herramienta que te arrebate todo. Yo garantizo la legitimidad de tus hijos. Tú garantizas mi plan.

​El pánico se apoderó de mí. Había imaginado su ira, pero no su estrategia legal. Él había pensado en todo. Knox no solo amenazaba con dejarme, amenazaba con actuar en mi contra, con convertirse en mi verdugo y entregar a mi hijo a la mujer que me había robado a Simon. La amenaza fue sutil porque no era física, era una devastación legal, social y maternal.

​—Lo haré. No diré nada. Lo juro —aseguré, asintiendo frenéticamente. Las lágrimas estaban cerca, pero me negué a derramarlas frente a él.

​Knox me estudió un momento, y luego el brillo en sus ojos se suavizó de manera inquietante. Por un segundo, vi un destello de algo que no era rabia ni posesión, sino una determinación helada.

​—Bien. La farsa es convincente, Lira. Pero tienes que ser más fuerte. Debes ser la madre de mi hijo. La esposa de Knox Spencer. Una mujer que no se tambalea.

​Se dio la vuelta y se dirigió a las escaleras, el fin de la confrontación. Pero el terror no había terminado.

​Al subir el primer escalón, murmuró algo que me heló el alma, lo suficientemente alto para que lo escuchara.

​—Te has convertido en una pieza clave en mi ajedrez, Lira. Pero la partida que estoy jugando... no se trata solo de Simon o de una venganza. Se trata de recuperar algo que me fue robado hace mucho tiempo. Y no permitiré que tú, ni ese niño, arruinen mi plan.

​El mundo se detuvo.

​Me quedé allí, inmóvil, mi mano temblando sobre mi vientre. La sorpresa me dejó sin aliento. ¿Recuperar algo? ¿Una venganza personal más profunda? La amenaza del despojo y el fraude se sintió insignificante al lado de esta revelación. El niño que yo llevaba, el secreto que me obligaba a guardar, no era solo un escudo contra Simon. Era una pieza clave para que Knox recuperara algo.

​Me había casado con un hombre obsesionado con un fantasma del pasado, y mi hijo... mi hijo era el centro de su obsesión. Me pregunté con horror: ¿Qué era tan importante para Knox que estaba dispuesto a usar a mi hijo y a mí para conseguirlo? Me había casado con un misterio, y este misterio me asustaba mucho más que la ira de Simón.

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