Mundo ficciónIniciar sesión"SEMANAS ANTES"
El aire de la noche era una bofetada helada contra el rostro de Lira, un eco cruel de la tormenta que rugía en su interior. Los tacones de sus zapatos, antes un símbolo de su intento por encajar en un mundo que no la quería, ahora resonaban como martillos sobre el pavimento, ahogando apenas el caos en su cabeza. Huía, pero no de un depredador visible, sino de los fantasmas de un amor traicionado y un futuro que se había desmoronado en mil pedazos. El Bentley de Knox Spencer se perdió en la distancia, llevándose consigo la última chispa de una humillación compartida, pero dejando a Lira con el peso de la suya propia. Llegó a su apartamento, su refugio, que ahora se sentía más como una jaula. Las luces de la ciudad que antes le parecían mágicas, ahora solo resaltaban la soledad de sus cuatro paredes. Se desplomó en el sofá, su bolso cayendo al suelo con un ruido sordo. La pequeña caja rectangular dentro de él, el test de embarazo, parecía latir con vida propia, una amenaza silenciosa que se negaba a ser ignorada. No podía seguir aplazándolo. La incertidumbre era un veneno lento, y necesitaba la verdad, por dolorosa que fuera. Con manos temblorosas, Lira abrió el envoltorio. La frialdad del plástico y el metal en sus dedos era casi insoportable. Cerró los ojos, respirando hondo, tratando de calmar la náusea que no la había abandonado desde hacía días. Diez minutos. Diez minutos que se sintieron como una eternidad. Cada segundo era un infierno, una cuenta regresiva hacia una verdad que temía más que a la misma muerte. Cuando el reloj interno de su ansiedad marcó el final de la espera, Lira abrió los ojos con lentitud. Dos líneas. Claramente, inconfundiblemente, dos líneas. Positivo. El mundo se detuvo. El aire abandonó sus pulmones en un suspiro ahogado. No era una náusea, no era un simple malestar. Era vida. Una pequeña vida creciendo dentro de ella, la consecuencia silenciosa de un amor que creyó puro, que ahora era la más cruel de las traiciones. El bebé de Simon. Una risa histérica y sin alegría escapó de sus labios, seguida de un sollozo desgarrador. ¿Cómo era posible? Simon se casaba con la rubia millonaria, comenzando su nueva vida de lujo y apariencias, mientras ella se quedaba con la prueba viviente de su engaño. ¿Y ahora qué? ¿Cómo podría una asistente con un modesto salario criar a un hijo sola, cuando apenas podía mantenerse a sí misma? La desesperación la envolvió como un manto pesado. Y luego, sonó el timbre. Su corazón dio un vuelco. ¿Quién podría ser a esas horas? Con cautela, se asomó por la mirilla. Su aliento se quedó atascado en su garganta. Knox Spencer. Estaba allí, bajo el halo tenue de la luz del pasillo, su figura imponente proyectando una sombra larga y amenazante. Su traje negro parecía aún más intimidante en la penumbra. Sus ojos de acero la miraban a través de la mirilla, como si pudiera sentir su presencia al otro lado de la puerta. Tragó saliva. ¿Qué quería? ¿Había venido a burlarse? Lentamente, Lira abrió la puerta, dejando solo una pequeña rendija. —Señorita Lira —dijo Knox, con su voz grave, sin adornos, cargada de autoridad—. Necesitamos hablar. No era una pregunta, era una afirmación. Lira abrió la puerta un poco más. —No creo que tengamos nada de qué hablar, señor Spencer —respondió, intentando sonar más fuerte de lo que se sentía. Una ceja oscura se alzó ligeramente. —Le aseguro que sí. Lo que tengo que proponerle es de mutuo interés —Su mirada se desvió un instante hacia el interior, evaluando el modesto espacio—. Permítame entrar, por favor. Hace frío aquí fuera. Impulsada por una extraña curiosidad nacida de su propia desesperación, Lira se hizo a un lado, permitiéndole el paso. Knox se movió con la gracia de un depredador, su presencia llenando su pequeño salón, haciéndolo parecer aún más insignificante. —Ambos fuimos humillados hoy, señorita Lira —comenzó, sin rodeos—. Su prometido la dejó en el altar por la mujer que me dejó a mí. Un doble golpe, doble traición. Lira sintió su mandíbula tensarse. —Propongo una alianza —continuó, sus ojos fijos en los de ella—. Un matrimonio. Usted se casa conmigo, se convierte en la señora Spencer, y juntos, nos vengamos de la única manera que ellos entenderán. Con una demostración de poder y estatus que hará que se arrepientan de habernos subestimado. La propuesta le golpeó como un rayo. ¿Matrimonio? ¿Con él? ¿Por venganza? Era tan absurdamente audaz, tan frío y calculado, que por un segundo, la mente de Lira se quedó en blanco. —No —respondió, su voz temblorosa pero firme—. No puedo. Su posición, su mundo... me recuerda demasiado a Simon. A la razón por la que me dejó. No puedo volver a ser parte de eso, no así. Knox la observó, su expresión impasible. —Es una oportunidad, señorita Lira. Una oportunidad para recuperar su honor, para que ellos vean lo que perdieron. —Mi honor no se recupera con un anillo de oro y un apellido —replicó, la rabia creciendo—. Y no voy a convertirme en un peón en su juego de venganza. Con permiso, señor Spencer, le pido que se vaya. Knox asintió con una leve inclinación de cabeza. —Muy bien, señorita Lira. Le deseo lo mejor. Se giró y, con la misma elegancia con la que había entrado, salió del apartamento, dejando tras de sí un rastro de su colonia cara y un vacío ensordecedor. Lira se desplomó de nuevo en el sofá. Había rechazado la salida fácil. Pero el test de embarazo volvió a su visión, una realidad cruel. Pensó en el bebé. Su bebé. ¿Cómo lo protegería? La familia de Simon. La imagen de sus padres, estirados y obsesionados con la reputación. Jamás permitirían que un nieto suyo creciera fuera de su "seno familiar". Lucharían. Usarían su dinero y su influencia para quitarle a su hijo. Lira no tenía nada con que competir contra ellos. La perspectiva era aterradora. La dignidad y el orgullo de Lira se desvanecieron ante la abrumadora necesidad de proteger a su hijo. La frialdad de la oferta de Knox ya no le parecía tan repugnante, sino una tabla de salvación, un escudo. Al amanecer, con los primeros rayos de sol colándose por su ventana, su decisión estaba tomada. Con el corazón pesado y la mente clara, buscó el número de Knox Spencer, un contacto que, inexplicablemente, había deslizado en un pequeño papel en la puerta antes de irse. Marcó el número, su mano temblaba, pero su voz estaba firme. —Puedo hablar con el señor Spencer —dijo cuando su asistente respondió—. Soy Lira. Necesito hablar con él. Dígale que he reconsiderado su propuesta. La espera fue corta. Luego, su voz grave resonó en el teléfono. —Dígame, señorita Lira. —Acepto —le dijo, cada palabra un sacrificio—. Me casaré con usted. Pero tengo una condición. Un silencio se extendió al otro lado de la línea. Lira percibió un atisbo de curiosidad. —Soy consciente de que esto es un acuerdo de negocios para ambos —continuó, su voz subiendo un poco, su mirada fija en el test de embarazo sobre la mesa—. Pero estoy embarazada... el bebé que llevo dentro, es lo único que me importa. Si acepto esto, usted debe aceptar y proteger a mi hijo como si fuera suyo. Debe darle su nombre y su protección. Nadie, y menos la familia de Simon, podrá acercarse a él. El silencio se hizo más largo, más denso. Finalmente, la voz de Knox rompió el silencio. —Interesante —dijo—. Muy bien, señorita Lira. Trato hecho. Nos veremos esta tarde para formalizar los detalles. Bienvenidos al nuevo capítulo de nuestras vidas. La llamada terminó. Lira había vendido su libertad y su futuro. Pero lo había hecho por la razón más poderosa de todas: por su hijo. La rueda de la venganza acababa de empezar a girar. Y ella, Lira, ya no era una simple asistente abandonada, sino la futura señora Spencer, y la madre de un secreto que cambiaría el destino de todos.






