Capítulo 5 - Debemos hablar

No seguí escuchando, en la noche dormiré en el cuarto de mis hijos. Me dirigí a la camioneta, saqué la maleta, la llevé a la habitación de los niños, quienes llegaron alegres con un balón para meterse a la piscina.

—Mami, Pichina. —siempre sonrió de las palabras de Samuel.

—Piscina. —Lo corrigió Julián.

—Bueno, vámonos a piscina.

Los cambié e hice lo mismo, debajo del vestido de baño entero. —Casi nunca uso de dos piezas—. Me puse una licra para no mostrar mi cuerpo y una salida de baño que parece una camisa.

Siempre había sido tema de discusión con César el que saliera con un vestido de baño de dos piezas, no obstante, ahora necesitaba relajarme, nadar me desestresaba. Cogí el protector solar, les apliqué a los niños y salimos en busca de la tan anhelada piscina, para el calor que hacía en Melgar el agua era lo más relajante.

La mayoría de la familia había llegado, estaban tomando cerveza, los niños en el agua, mi esposo aún no llegaba, seguro mi suegro lo había reprendido, ojalá le diera correazos. Después de saludar a los tres primos con sus esposas, a la hermana de mi suegra y a los cuatro niños que comprendían la extensión de los Abdala Villegas.

 Le apliqué más protector a mis hijos que eran los menores de la familia, nos metimos al agua. Julián sabía nadar, pero Samuel se encontraba en proceso. Don Amín se había unido a la reunión hace más de una hora.

La reunión era para recibir una noticia de Alis, quien se encontraba organizando una fogata, querían pasar una noche amena, bajo buena música y whisky. He evitado a mi esposo, me he escudado detrás de mis hijos, cayó la tarde y llevé a los niños a la habitación, necesitábamos cambiarnos.

—Listo, quedaron hermosos. —César ingresó al cuarto, sonrió un poco al ver que su ropa estaba en la cama—. Nos vamos.

—Niños, la abuela Magdalena los espera en la cocina, les tiene un delicioso postre.

Yo también me había arreglado, tenía un vestido azul de algodón, bastante fresco para el clima del pueblo, en comparación con la capital.

—Vamos a buscar a la abuela.

Tomé la mano de Samuel, Julián se saludó de puñito con su padre y su hermanito lo imitó.

—María Joaquina no me evadas, debemos aclarar muchas cosas. —Ahora quiere aclararlas, pues que espere.

Lo ignoré, al fin y al cabo, estaba acostumbrada a pasar poco tiempo con él, la verdad era que no estaba preparada para iniciar un divorcio, escuché su frustración. Todos se encontraban al lado de sus respectivas parejas, los niños jugaban mientras que nosotros esperábamos la tan anhelada noticia. Al fin Alis se levantó.

—Querida familia…

—Nos tenías en ascuas, querida. —habló don Amín.

—Papá ya estamos completos.

Las manos de César tomaron mi cintura y automáticamente el corazón bombeó más sangre de lo normal. Al acercarse al oído, toda la piel se me erizó, olía increíble, ese aroma tan característico de él, combinado con su perfume, no pude evitarlo, hasta mis entrañas se estremecieron.

—Te ves bellísima.

Lo miré y mi corazón se detuvo. Menos mal no tenía un vaso en la mano porque de ser así, se me habría caído. Se ve tan jodidamente atractivo, aunque no era un hombre bonito, pero era tan masculino. Su perfil que tanto me gustaba y con el que idiotamente me excitaba. Al cruzar la mirada conmigo me guiñó un ojo, siempre lo había hecho en el pasado… en el tiempo de nuestro oculto noviazgo. Y hoy tenía un brillo particular. Debe tener algún problema mental. «No caigas, recuerda que nada en él es real».        

 —Lástima, desperdiciaste un cumplido.

—Solo te pido que me escuches.

—Mira César, debemos hablar, pero hoy estoy rebosada de tu falsedad, conserva esos halagos para la mujer de tu vida. Créeme si no supiera la verdad estaría dando brincos por lo que acabas de decirme. Y, por cierto, es la primera vez desde que nos casamos que lo dices. —Vi tristeza en su mirada, apretó la mandíbula—. Si me permites, no quiero tenerte a menos de un metro de distancia.

—Familia… ¡Estoy embarazada!

Miré a mi cuñada, apenas escuché la noticia, ellos llevan cuatro años de casados y nada que habían podido tener hijos, sonreí ante el recuerdo de los comentarios en reuniones pasadas. «Nosotros hacemos muy bien la tarea, hasta se repite dosis en el día». Nosotros solo hemos tenido sexo contadas veces y dos dieron en el blanco.

Todos nos lanzamos a felicitarlos, mis suegros no dejaban de llorar. La noche transcurrió de maravilla, César no dejaba de mirarme, cada vez que se acercaba yo disimuladamente me apartaba.

Cuando vi a Samuel cabeceando en la mecedora lo tomé en brazos para llevarlo a dormir, literalmente estaba agotada. Pasé por Julián y los llevé a su habitación. Nos pusimos pijamas, luego nos lavamos los dientes y los tres nos metimos en la cama.

—Mami, ¿vas a dormir con nosotros? —Mi hijo mayor era tan analítico.

—Hasta que se duerman.

Les di besos, bendiciones y Morfeo se adueñó de mí. No pude darme la vuelta en la cama, unas manos estaban entrelazadas a las mías, al abrir mis ojos, los de César ya lo hacían. Nuestras manos entrelazadas y los dos encerrábamos a nuestros hijos, quieres dormían en mitad de los dos, protegiéndolos de cualquier mal, en otras circunstancias la escena me habría conmovido.

—Perdóname Bonita, permíteme exponer mi punto de vista, explicarte lo que realmente pasó el viernes. Por favor y los motivos que me hicieron portarme de ese modo.

Odio conocerlo tanto. Ese, perdóname, fue sincero. Ese, bonita desde que nos escribíamos notas en nuestro noviazgo no lo había vuelto a escuchar. Los ojos se me humedecieron, debo poner distancia.

—No quiero escucharte.

Me solté de su mano y salí de la cama. Necesitaba nadar, a esta hora aún dormían todos, eran las seis de la mañana.

—Aunque tenga que rogarte me escucharás.

Saqué mi vestido de baño de dos piezas, llegó mi momento de atormentarte… una conversación con Carmen en esas tantas charlas de mujeres en la cocina llegó a mí.

—Coquetéele, sedúzcalo, póngase provocativa y contonee ese trasero a su favor, señora, para lograr que se le levante a su marido.

—¿Eso le ayudará?

—Usted es la esposa, tiene todo el derecho ante Dios y por ley de hacerlo, vuélvalo loco.

En esa ocasión el resultado fue Samuel, estaba muy dolida con él, pero me las va a pagar, haré que se engarrote tanto que no solo me va a rogar, sino que se arrodillará para que le calme el dolor y se irá en blanco. Vas a pagármela César Abdala.

—No me será suficiente con que ruegues. —dije.

Salí de la habitación, me cambié en el baño de la sala, será la locura para toda la familia, nunca antes me vieron con tanta piel expuesta, las esposas de los primos de mi esposo lo hacían sin problema.

Mi cuñada también, yo simplemente lo evitaba para no dañar más el ego a quien hoy quería sacarle los ojos. Al verme al espejo, ¡Señor!, préstame un poco de sensualidad y dame la fortaleza. —señalé hacia arriba, el Creador me estará viendo.

» Tú declaraste que era para toda la vida… pues ayúdame a traerlo de vuelta, pero como yo lo quiero, confió en tu magia. Ni yo me entiendo.

Lo que me dijo esta mañana me tenía en este momento queriendo darle un escarmiento. «Perdóname, Bonita» fue tan sincero. —sonreí, mañana iré donde el padre a hablar con él, espero pueda ayudarme a saber llevar el sinnúmero de cuernos…

Solo recordar eso daba ira. Salí del baño, echa una furia, aún no estaba lista para perdonarlo. La gente dormía, menos mis suegros, tomaban un café, abrieron los ojos al verme, la salida de baño era transparente.

—Hija…

—Buenos días, doña Magdalena. —Iba a hablar—. Lo sé, pero es esto o un divorcio. —El rostro de mi suegra lo dijo todo, mientras que don Amín sonrió.

—Restriégale la mujer que eres y lo que tiene en sus narices al pendejo de mi hijo. —sonreí, tenerlos de mi parte, me hizo brincar de alegría—. No se los detalles.

Mi suegro era un hombre alto, al igual que mi esposo, de contextura robusta, muy conservado a sus sesenta y cinco.

—Olvidar nuestro aniversario, llegar a las tres de la mañana, con un perfume que no es el mío.

—Entonces, ¿eso fue lo que hizo el tarado de mi hijo? —miré a don Amín afirmando.

—Hija, toda esta semana nos podemos tomar un vino hasta la madrugada, no le notifiques donde estuviste cuando histérico te pregunte. —Doña Magdalena me guiñó un ojo.

—Gracias.

—Siempre dignas, de nosotras depende todo. —miró de reojo a su esposo.

—¿Lo ha vivido? —La miré, mi suegro sonrió.

—Nunca después del matrimonio, pero si no lo hubiera frenado en el noviazgo no sería tu suegra, supongo que sería una tal Eugenia.

—Magdalena, han pasado treinta y cinco años de eso.

—Y duele como el primer día. —Ellos llevan treinta cuatro años de casado.

—Gracias por comprender cómo me siento.

Me dirigí a la piscina, los niños hoy se despertarían después de ocho, tenía suficiente tiempo para despejarme nadando. Dejé la salida de baño en una de las sillas, me lancé con un perfecto clavado, tenía buenos pulmones, salí a la superficie y me impulsé para sentarme en el borde, al darme la vuelta a los segundos emergía César, se ubicó en mitad de mis piernas.

—¿Me puedes explicar qué carajos haces al salir casi qué desnuda?

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