Nada es lo que parece
—¡Deja ya esas lágrimas he dicho! A todos nos conviene que des a luz a un niño sano, pero a ti aún más. No querrás que tu padre le deseche en la basura.

Las manos de mi madre se aferran en mis hombros y me zarandean de un sitio a otro. Luego, con dos cachetadas de mediana intensidad, me seca los restos del llanto.

Su método no ha funcionado. En lugar de calmarme, se acrecientan mis nervios. Estoy en shock. ¿Cómo podía ser diferente? Los que me torturan son mis padres. ¡Mis padres! Bien me hubiese sido haber nacido huérfana.

—Pareces el vómito de un aura tiñosa, Amira. Asume las consecuencias de tus actos. En lugar de andarte con chillidos de adolescente, ¡vístete de mujer! Si lo fuiste para abrirle las piernas al enemigo del clan Salem, continúalo siendo.

Con hipidos, me trago los restos del llanto. En algún sentido, ella tiene razón. Debo ser consecuente con mis actos. Ya sabía en lo que me metía cuando hice llamar a Ahmed al Mercado de Esclavas. Pero mi madre se olvida de la mise
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