Dos vacíos
Cada uno de los rincones de esta casa me cuenta una historia, y yo me quedo lela, con los ojos desparramados dentro de las órbitas hasta que las palabras se tornan ideas sin sentido. Es entonces cuando me acomodo el cerebro dentro de mi cabeza vacía y espero la llegada de mi hijo.

Ya no hay secreto que desconozca de los cimientos de la familia. Aunque mi padre se haya empeñado en mantener la boca cerrada, los hilos de una verdad demasiado densa se han atado por sí mismos. Él pasará a la historia como el dictador esclavista de los Salem. Jamás nadie le recordará con amor, sino con desprecio.

Desde que he conocido la faceta oculta de mi madre, sonrío a escondidas cuando estoy a solas. La esperanza centellea en mis pupilas azules. Me alimento mejor y salgo a tomar el sol sin que me arrastren. A veces, siento deseos de cantar. Si no lo hago, es para que mi padre no sospeche la causa de mi inusual alegría.

Estoy en los días cercanos al alumbramiento y me siento casi feliz. El espíritu de
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