Capítulo 5

Amaneció demasiado pronto para el gusto de  Bárbara, pero se levantó igualmente y fue a despertar a sus hermanos. Tocó la frente de los gemelos, y la de Abraham estaba fresca, no así la de Agustín. Aún tenía fiebre, a pesar de las medicinas. Lo dejó dormir y llevó a los otros al colegio y pasó a decirle a don Juvencio que no podría trabajar ese día. Al jefe no le agradó la noticia y se lo hizo saber.

— Porque es la primera vez, voy a dejarlo pasar, pero no quiero que se repita. El negocio no espera por nadie, esta vez no te descontaré el día de tu sueldo.

— Lo sé, lo siento mucho— ya ganaba muy poco, no podía darse el lujo de que le descontaran parte del sueldo. — Trataré de que no se repita.

Volvió a casa y con la bebita en brazos llevó a su hermanito al hospital de nuevo.

Allí lo examinaron y le hicieron estudios más profundos que el día anterior hasta que los médicos se sintieron seguros del diagnóstico.

— Verás...— comenzó diciendo el médico— Tu hermano presenta una infección renal, en los estudios podemos apreciar una infección seria, y hay posibilidades de que con un tratamiento con los antibióticos adecuados, no pase de allí. Pero tenemos que observarlo de cerca porque debemos descartar una insuficiencia renal.

— ¿Y qué debo hacer para eso?

— Requiere estudios más especializados que en los hospitales públicos no hacemos. No tenemos esos recursos, tendrás que hacerlos en instituciones privadas y son costosos. ¿Crees que puedas hacerlo?

— Tendré que poder, no tengo opción. Dígame, doctor ¿la vida de mi hermano corre peligro?

— ¡No puedo adelantarme a asegurarte nada, como te dije, si reacciona bien a los antibióticos, fabuloso! En cuanto a la infección... Pero lo demás, hasta tener confirmación no puedo decirte nada; sólo puedo decirte que deben hacerle los estudios lo más pronto posible.

— ¿Puede darme las órdenes y recetas? En cuanto tenga todo, volveré a traerlo.

— Recuérdalo, puede no ser algo serio, pero en estas cosas es preferible salir de la duda y tomar a tiempo las medidas necesarias.

Rato después, Bárbara con la bebé y Agustín sintiéndose mal, iba en el autobús pensando cómo  enfrentaría aquello. Fue a recoger los niños al colegio y los llevó a casa. La tía Engracia la vio llegar y fue en su busca.

— Supe que no fuiste a trabajar hoy, me lo dijo don Juvencio. ¿Qué tiene el niño?

— Aún no se sabe — le explicó lo que dijo el médico y miró a Engracia preocupada.

— Tía,  no sé qué hacer.

— Niña, ten fe, algo se podrá hacer; eso es muy caro, quizás si tuvieras algo que vender. Yo podría darte algo que tengo ahorrado, pero no es mucho.

— No, tía,  eso no. Tú trabajas muy duro, no puedo aceptarlo. Yo lo solucionaré, voy a salir a averiguar si alguna institución puede ayudarme. ¿Podrías ver a los niños un rato?

— Sí, claro, hija, ve tranquila.

Esa tarde la muchacha fue a todos los hospitales y la respuesta fue la misma: debía hacerlo en clínicas privadas. Fue a varios lugares a pedir presupuestos y eran enormes. No tenía forma de pagarlo. Pensó en pedirle a don Juvencio un adelanto, pero para eso debería darle varios meses de trabajo y no lo iba a hacer. Vagó angustiada por las calles, hasta llegar a la suya. Antes de entrar a su casa, se detuvo a mirar la casa del frente.

¿Sería posible que tuviera que hacerlo? Lo único que tenía de cierto valor era la casa y no podía dejar sin techo a los niños. Tampoco podía pedir ayuda a los Servicios Sociales, si se enteraran de lo de Agustín, se llevarían a sus hermanos.

Se volvió para entrar a la casa, pero antes miró de nuevo la casa de Fabiana y se decidió. Cruzó la calle y llamó a la puerta. La misma Fabiana le abrió.

Una hora después, Bárbara fue a buscar a sus hermanitos y los llevó a casa. Al día siguiente iría con Fabiana al lugar donde trabajaba. Habría cambios tremendos en su vida, pero no tenía opciones. Sus hermanos valían todo lo que tuviera que hacer. Se lo había prometido a su madre. Tendría que ser muy fuerte porque ahora era una adulta.

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