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Poco después, cuando terminamos de cenar, Valentino se levantó de la mesa y se llevó un par de trastos. Le dije que yo los iba a lavar, pero insistió. Después de todo, él siempre trataba de colaborar en casa; nunca me pude quejar de eso.
Al rato vi que dejó todo limpio en la cocina y se dirigió a la habitación, me quedé sola un momento reflexionando en cómo empezar la plática que definiría el rumbo de nuestra relación.
Me levanté de la mesa y me aproximé al ramo de rosas rojas que estaba en el centro del comedor. Tomé una, la observé en silencio, acaricié sus pétalos delicados, la acerqué a mí para respirar su aroma; uno tan natural que me trasladaba a un lugar donde seguro no habría problemas, ni miedos absurdos como los míos... Caminé con ella y me dirigí a la habitaci&oa