Capítulo 40
No era la primera vez que esa bola de ricos ociosos se burlaba de Sofía.

Para ellos, una mujer como ella —que se entregaba sin que se lo pidieran— merecía ser usada como juguete.

Al ver que Luna estaba a punto de romper en llanto, Julián no pudo evitar lanzar una mirada hacia Alejandro.

Pero él solo estaba recostado en el sofá, tomando whisky con expresión fría, como si todo aquello no fuera con él.

—¡Alejandro! —Julián se paró frente a él y bajó la voz—. Ya se pasa, ¿no? ¿Qué vas a hacer si Sofía de verdad aparece? ¿Vas a quedarte ahí viéndola convertirse en el hazmerreír de toda la ciudad?

—Si ella quiere humillarse sola, ¿por qué habría de detenerla? —respondió Alejandro, con voz indiferente.

—Pero hoy es el cumpleaños de Mariana. Si esto se sale de control, ella también queda mal parada —insistió Julián.

Incluso Mariana le sujetó el brazo a Alejandro, con cierta incomodidad:

—Tiene razón, Alejandro… Mejor llámale tú a Sofía y dile que no venga.

—¿Y ya se te olvidó cómo te hizo pasa
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