Una vida que pudo haber sido
Emily caminaba despacio con aquel extraño ser con apariencia de una joven y bella muchacha de unos dieciséis años de edad. Aquella muchacha ponía gran esmero en cada paso que daba, pues aún no dominaba el andar con piernas humanas. Cuando casi estaban a unos pocos pasos del mar, se paró en seco y miró a su compañera…
Emily miró a la joven y asintió con la cabeza, como señal de que estaba de acuerdo.
En aquel momento ambas cerraron los ojos y vislumbraron aquellas bellas escenas que nunca llegaron a suceder, aquella vida que pudo haber sido…
“Una pequeña niña, de tan sólo 5 años de edad jugaba junto al hermoso cerezo de la señora Hanson, con cuidado de no ser vista por su dueña, pues la mujer siempre solía espantar a los curiosos de aquel bello lugar. La casa de Bárbara Hanson era la más bonita de todas, digna de un cuento de hadas, y muy parecida a la casita de chocolate de Hansel y Gretel. Levantó la vista percatándose de que Rebekah Hanson, la hija menor, se asomaba a la ventana descubriéndola al fin.
Echó a correr hacia el bosque, dejando todo atrás, huyendo de aquella niña que tan sólo había visto en algunas ocasiones. Se trataba de una cría de su misma edad, con el cabello rubio cristalino y rizado y unos enormes ojos grises, siempre lucía bellos trajes caros y apenas salía de casa. La había visto en contadas ocasiones cuidando el bello jardín de su madre y sonriendo hacia ella con ternura, pero nunca había entablado una conversación con ella, ni con nadie en realidad, era bastante reservada a la hora de hacer amigos.
Tras largo rato corriendo sin parar, se paró en seco tocando su diminuto pecho y cogiendo aire a horconadas. El sol incidía sobre ella de una forma especial, ahora que las nubes se habían apartado para que este pudiese alumbrar a sus semejantes. Bajó la mirada hacia las hermosas margaritas que crecían bajo ella y sonrío divertida.
Volvió la mirada hacia un árbol cercano, un viejo sauce, pues el crujido de una rama acababa de sacarla de sus pensamientos, se acercó despacio y con sigilo hacia él, pero antes de que pudiese descubrir de quien se trataba una voz la sorprendió desde atrás…
Pestañeó un par de veces boquiabierta, pues no esperaba aquella reacción en alguien como Rebekah Hanson, y antes de que pudiese darse cuenta si quiera ya estaba sonriendo hacia ella, en señal de que aprobaba su idea.
Fue en aquel momento cuando sintió una especie de añoranza, como si acabase de perder algo que ni siquiera había tenido, volvió entonces su mirada al árbol que tenía detrás, hacia aquel viejo sauce, sintiendo un gran vacío en su interior.
La Emily del presente acababa de comprender algo, era en aquel momento de su vida cuando ella conoció por primera vez a William, pero por alguna razón, el haberse dejado ver por aquella niña en la casa del cerezo había cambiado las cosas.
Esa escena se desvaneció dando lugar a otra muy parecida, otra que hacía que comprendiese aquello mucho mejor…
“Se encontraba en el tren, algunos años habían pasado pues ya había cumplido los 7 años de edad, junto a su nueva mejor amiga Rebekah y algunos amigos más, todos reían felices mientras charlaban animadamente sobre las vacaciones de verano…
Sonreía de felicidad, era una felicidad tan plena, que casi parecía mentira que su dolor por su padre, o todo lo que había sentido realmente en el pasado pudiese haber existido. Volvió la cabeza hacia la ventanilla y quedó unos segundos mirando por el cristal, percatándose entonces de él, se trataba de un pequeño crío de su misma edad, con ropas algo desgastadas y antiguas para la época, su cabello era de un rubio intenso y miraba hacia ella con mirada desafiante, sobre su cuello un hermoso colgante con una gema esmeralda brillaba, y entonces lo supo, aquel muchacho era William, aquel chico al que nunca llegó a conocer.
Volvió entonces la mirada hacia sus amigos y prosiguió hablando sobre las actividades que les esperaban en el pueblo, ignorando quien era el chico que la miraba desde el bosque.
De nuevo aquella visión fue remplazada por otra, esta vez ella era mucho más mayor…
“Sonreía dichosa para su foto de graduación junto a sus tres mejores amigas: Rebekah, Elisabeth y Jane. Parecía realmente agradecida de haber llegado hasta aquel lugar gracias a sus compañeras. Miró hacia el lado en el que se encontraba Jane, era la más pequeña de las cuatro, era una joven dedicada, muy estudiosa y con un gran sentido del humor. A su otro lado estaban Elisabeth la más fiestera, era una ligona empedernida y siempre estaba dispuesta a presentarles a los mejores chicos del lugar. Y Rebekah la presumida y experta en moda.
Su vida parecía haber sido de lo más entretenida y feliz, nada que ver con su vida real. Entonces una nueva visión de un recuerdo no vivido volvió a envolverla…
“Comenzó su carrera de derecho en la mejor facultad del país, justamente a la misma a la que había ido su padre, era todo un honor para ella poder estar a la altura de las expectativas, y su familia estaba realmente feliz por ella.
Caminaba por el campus con aire decidido pues no quería faltar a su próxima clase, llevaba unos vaqueros y una camisa blanca de lino, sobre su cabeza un sombrero la adornaba. Entró en la clase al mismo tiempo que lo hacía el profesor, advirtiendo como este le dedicaba un saludo…
Estaba cansada de aquellas estúpidas visiones, quería volver al presente, dejar de ver tantas estupideces, pues saber que podía haber ido a la misma universidad que lo hizo su padre, era algo que lamentaba. Pero antes de que pudiese soltarse de aquella joven, esta le mostró una última escena…
“Emily salía de la ópera junto a su mejor amiga Rebekah, habían ido a ver una divertida comedia en el Convent Garden, llevaba un glamuroso vestido de lunares blancos sobre fondo negro y unos altos zapatos de tacón, llevaba además el cabello recogido hacia atrás y se había cortado el flequillo. Rebekah por el contrario, había elegido un conjunto rojo con unos zapatos de tacón a juego y llevaba su larga y rizada melena suelta. Ambas se preparaban para cruzar la calle cuando la joven se percató de algo: un apuesto joven de cabellos rubios y ojos azules, con un mentón mellado, llevaba un traje de etiqueta y una bolsa algo descuidada, pero lo que más sorprendió a la joven fueron los zapatos que este llevaba, pues eran de deporte. En ese instante, no pudo evitar sonreír divertida...
Rebekah le miró boquiabierta, pues no podía entender como alguien podía hacer tal pregunta cuando se encontraba justo en frente de su destino.
Emily se soltó y dio un par de pasos hacia atrás abriendo los ojos, mientras negaba con la cabeza sin poder entender lo que había pasado, aun no entendía todos aquellos confusos sentimientos, era como si hubiese vivido dos vidas al mismo tiempo.