Pero ahora, todo el mundo afuera ya sabía que Tomás era el cuñado de Alejandro. Si Sofía lo decía en persona frente a los invitados, no cabía duda de que todos lo creerían sin dudar.
—¿De verdad esta mujer cree que no puedo hacer nada contra ella? —soltó Alejandro con una frialdad punzante.
Javier no se atrevió a decir ni una palabra.
—¿Dónde está Tomás ahora? —preguntó Alejandro, alzando la vista con expresión gélida.
—Señor Rivera… está encerrado en el sótano de la casa principal. Ya lleva ahí todo un día.
El sótano de los Rivera no tenía baño, ni luz, apenas un ventilador que giraba con un zumbido sordo. Era, en esencia, una celda oscura y asfixiante.
Para cualquiera, unas horas ahí serían un infierno. Un día entero… ya era castigo.
—¿No quería llevarse a ese hermano inútil? Muy bien. Que venga ella misma a pedírmelo.
Al principio, Alejandro solo había querido hacerla esperar unas horas, para recordarle la distancia abismal que había entre ellos.
Pero Sofía no jugaba bajo sus reglas