—Yo escribo de Sugar Daddies ultra calientes y mi amiga es la que se consigue uno y de los mejores. Qué ironía. —Carla chasqueó la lengua en cuanto subió al asiento del copiloto del Mercedes.
Alessa tenía el motor del coche en ralentí, mientras acarició el manubrio sedoso y costoso. Después de que el jefe Reynolds le entregó las llaves no pudo evitar correr hasta el auto, rodearlo impresionada y subir al asiento del piloto con la emoción por las nubes. Probablemente daría una vuelta por allí para comprobar que estuviera en la realidad y no en un sueño traicionero, demasiado vívido para ser un engaño. Carla apareció en menos de diez minutos, movida por la curiosidad y por la ausencia prolongada de la pelirroja.
—Cómo fue que pudiste enamorar a Leonardo Gold —exclamó Carla atónita, echándole un vistazo a la parte trasera del deportivo. Los cojines de cuero se vieron caros, únicos en su marca—. ¡Solo mira! Esto debe costar millones.
Se burló, golpeando los pulgares en el manubrio.
—¿Enam