—Reynolds, ¿qué...?
—Señorita Alessa, me alegra encontrarla aquí —la interrumpió el jefe de seguridad, dándole una mirada poco impresionada. Había un brillo en sus ojos azules y el fantasma de una sonrisa en sus labios—. El señor Gold se había preocupado por su desaparición.
El corazón de Alessa se hinchó un poco de orgullo porque, vaya, era halagador y bastante emocionante sentirse apreciada por un hombre como Leonardo Gold. Todavía no se acostumbraba a esa clase de atención.
—Tampoco fue así. Solo llamé un Uber y le pagué en efectivo. Luego le devuelvo a Leonardo los cincuenta dólares que robé de su mesita auxiliar.
—¿Un Uber?
—Tranquilo. Le di una dirección lejos de la mansión y llegué allí.
—¿Cómo?
—Pues caminando, para eso fui bendecida con estos hermosos pies, ¿cierto?
El jefe Reynolds respiró hondo y asintió, pero Alessa no vio que estuviera demasiado irritado con ella.
—En fin, hay algo para usted. Lo traje en cuanto se me ordenó.
Alessa arqueó una ceja y sintió en su nuca la