129: Altas apuestas

Su momento no podía durar demasiado, porque Leo asintió hacia el exterior de la sala de conferencias.

—Vamos. Ya nos reuniremos con la señora Humble.

—Adrian está aquí también.

—Tuve que convencerlo para que nos dignara con su presencia, al menos diez minutos. —Leonardo chasqueó la lengua—. No está muy feliz, claro.

—Eso noté. Los vi discutir aquí dentro como un matrimonio cuando llegué.

Leo enarcó una ceja.

—¿Tú y yo discutimos de esa manera, nena?

—Bueno, no tanto. —Torció los labios, jugueteando con su corbata roja—. Tal vez Adrian es tu verdadera esposa.

—Graciosa —murmuró divertido, un poco cansado, pero feliz de tenerla cerca en el momento que más la necesita—. Adrian desaparecerá en menos de lo que canta un gallo, te lo aseguro. No tienes que ponerte celosa conmigo.

—¿Yo? ¿Celosa? —Ella sonrió de lado—. Podríamos hacer un trío.

—Oye, niña, no te pases.

Las carcajadas de la pelirroja se apagaron, cuando sintió que la están observando fijo e intenso. Del otro lado del cubículo de
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