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TANTO TIENES, TANTO VALES

La habitación de Edith en casa de los Fordyce era pequeña y estaba justo al lado de la habitación del niño que ella cuidaba, para que pudiera acudir rápido en caso de que el pequeño se despertara llorando a medianoche. Pero esa última noche, ella era la que se contenía para no llorar y el niño era quien se abrazaba a su cintura para consolarla.

—¿A dónde vas, Edie? —levantó la mirada y Edith tuvo que apartar la suya para reprimir la tristeza—. ¿Vas de vacaciones? ¿Cuándo volverás? ¿Yo puedo ir contigo?

Ella negó rápido y deshizo el abrazo para poder arrodillarse y ver al niño a la cara. Él era el hermanito de Amelie, pero Edith también lo veía suyo. Desde que comenzó la universidad y conoció a Amelie, comenzó a cuidar del pequeño por recomendación de su amiga. Y era un trabajo tan satisfactorio.

—No voy de vacaciones, Liam. Tengo un... trabajo que hacer —sí se le puede llamar así, pensó para sí misma. Sustituir a Amelie no sería nada como unas vacaciones, sino que Edith se iba a entregar su vida a un extraño en un país extranjero, para interpretar un papel que no quería—. Por eso no puedes venir. ¿Pero me esperarás cuando vuelva? Serán solo 2 meses.

Decírselo ánimo a los dos. Liam la apretó y sonrió ampliamente.

—¡Sí! ¡Sí te esperaré!

Con el niño ayudándola, Edith empacó sus pertenencias, pero cada cosa que metía en la maleta se sentía como una puñalada de realidad. Más tarde, un suave golpe en la puerta la hizo saltar y, tomando un suspiro profundo, besó a Liam una última vez en la cabeza.

—Nos vemos pronto —le obsequió una sonrisa animada—. Te llamaré todos los días, ¿qué tal?

Al ver que el pequeño parecía a punto de llorar, Edith tomó su maleta y la bajó de la cama, sintiendo su peso como el de una losa. Luego bajó las escaleras y encontró a Alexander Russie solo en el hall de la entrada, hablando en voz baja por celular y en ruso perfecto. Vestía un abrigo negro de corte impecable sobre un traje del mismo color. Al verla, colgó sin despedirse.

Los ojos, vividamente azules, la recorrieron de arriba a abajo, hasta que pareció aprobarla.

—Vamos. —Salió hacia la noche y Edith tuvo que seguirlo.

Afuera, no había una limusina ostentosa como la que solía usar Amelie, sino una camioneta negra blindada, con los vidrios polarizados. Un chofer con un porte extrañamente militar sostuvo la puerta abierta y tomó su maleta.

—Entra ya. —Alexander la hizo subir y el chofer cerró justo detrás de él.

Y el mensaje le quedó claro a Edith: ese hombre poseía poder, pero con discreción, y seguridad, pero manejada sin frivolidad.

El viaje hasta el aeropuerto fue en un silencio denso. Edith miraba por las ventanas las luces de la ciudad desvaneciéndose, sintiendo cómo cada kilómetro recorrido la alejaba de su tranquila vida, y todo por creer que ayudaba, cuando había resultado todo lo contrario. ¿Dónde estaba Amelie ahora, mientras Edith era prácticamente raptada por un extraño?

Cuando llegaron al aeropuerto, ella esperaba dirigirse a la fila de personas listas para abordar un vuelo, pero cuando Alexander se desvió a un pasillo inusual, ella tuvo que seguirlo. Tras encontrarse con un piloto y parte del personal del aeropuerto, salieron inmediatamente a la fría noche. El avión que abordaron no era un avión comercial y tampoco un jet privado, sino un Bombardier Global, un tipo de avión sobrio, gris y con un logotipo discreto: Rod Industries. ¿Tenía una empresa? ¿Al final era un CEO y todo eso era una especie de negocio comercial?

Al abordar, Edith vio que los asientos eran de cuero negro, muy cómodos. No había azafatas, solo el piloto y copiloto, que saludaron a la pareja con una leve inclinación formal. Mientras el pequeño avión se preparaba para despegar, Alexander se sentó frente a ella, desabrochándose el abrigo. Su presencia llenaba el espacio reducido como un gas asfixiante, y Edith no quería respirarlo.

—3 horas hasta Moscú —le dijo, estirando la mano hacia el vodka que el copiloto le ofrecía como si fuese un camarero—. Aprovechemos bien el tiempo. Conozcámonos.

Edith se removió con incomodidad en su asiento.

—¿Tienes una gran familia? ¿Algún grado de estudios?

Sabiendo que no había caso en ocultarle su información, se resignó a decirlo todo.

—Tengo a mi papá y a una hermana. Y no soy solo una niñera, también soy estudiante de licenciatura y estaba a punto de terminar...

—Te inscribiré en una universidad en Moscú, así seguirás estudiando. Por ahora, dime el nombre de tu padre.

A ella se le erizó la piel. 

—¿Por qué? Mi papá es solo un guardia de seguridad, ¡no es…!

—El nombre.

Lo miró con súplica, pero no obtuvo nada, solo una mirada rígida.

—Oscar Bailey. —Él investigaría el resto, eso era claro.

Alexander asintió lentamente, como archivando la información.

—Una estudiante, hija de un guardia de seguridad... Mmm —bebió un sorbo de vodka—. Un currículum poco relevante para una potencial esposa.

La ofensa encendió las mejillas de Edith.

—Yo no seré su esposa...

Obtuvo una sonrisa fría.

—¿Tan segura estás? Si Amelie no aparece a tiempo, ¿tendrás opción? Por eso, debo conocer cada grieta de tu vida, cada persona que te importe y a la que estés ligada —la sonrisa se evaporó cuando se inclinó ligeramente hacia delante, con una mirada gélida y severa—. Porque si fallas, ¿qué será de los tuyos, Edith? 

Ella sintió que el aire se le acababa de golpe. Aquello no era una amenaza velada, sino una promesa real y contundente. Usaría a sus únicos dos familiares como una palanca para asegurar su completa obediencia.

El aterrizaje 3 horas después fue suave, pero al salir del cálido avión, el aire gélido de Moscú golpeó de lleno en el rostro de Edith. A diferencia de la pista donde había abordado, esta nueva pista estaba llena de nieve fría y esponjosa, y el frío se sentía incluso bajo la ropa.

Antes de poder ver más de aquel nevado paisaje, un coche idéntico al anterior apareció. El trayecto a la ciudad fue una experiencia de luces de neón, edificios soviéticos imponentes y arquitectura moderna. Finalmente, el coche se detuvo en un edificio de lujo pero moderno, de cristal y acero. Una casa.

En la entrada no había guardia, pero sí un escáner de retina que Alexander utilizó y que les permitió entrar. Al pasar, Edith contuvo el aliento. Aunque enorme, el lugar era minimalista al extremo; sin fotografías ni adornos, tampoco alfombras ni valiosos adornos, como en la mansión de Amelie. Las paredes eran de un gris claro y frío, pero la vista de Moscú, con el Kremlin iluminado a lo lejos, era espectacular.

—Esta es tu casa ahora —le dijo Alexander, dejando su abrigo sobre una butaca de cuero negro—. Las reglas son simples. No sales sin mi permiso, a excepción de la universidad. No hablas con nadie sin mi supervisión. Tendrás celular, pero estará monitorizado. Cada habitación, excepto el baño, tiene cámaras y micrófonos.

Tras oír lo limitada que estaría, Edith se sintió como un animal en una jaula de acero y metal. Este no era el lugar que se esperaría del presidente de una gran compañía, sino que más bien parecía un búnker de alta seguridad.

—Rod Industries, ¿qué es exactamente? —preguntó con una mala sensación subiendo por sus piernas, viendo como los hombres que los habían acompañado hasta allí subían las maletas a un segundo piso.

—Una empresa, nada más. Enfocada en la producción de petróleo y gas. Movemos más del 80% de petróleo en el mercado.

Es un verdadero magnate, pensó ella sin dejar de verlo. ¿Eso quería el papá de Amelie, que se casaran?

—¿Y un empresario necesita tanta seguridad? ¿Es solo petróleo? ¿O es por... poder?

Supuso que había rebasado la línea de confianza cuando la mirada de él cambió drásticamente.

—El petróleo paga las alfombras y los aviones, Edith. Pero el poder... el poder real viene de otras cosas. Cosas que no te conciernen. No es tu trabajo preguntarte a qué me dedico ni por qué mantengo mis propiedades seguras.

Quiso retroceder cuando lo vio acercarse, pero sus piernas se quedaron donde estaban y solo pudo alzar la cabeza cuando lo tuvo a un escaso paso. De cerca, su altura le resultó más intimidante. Ella apenas alcanzaba los 1.60 cm, pero él seguramente rebasaba los 2 metros.

—Al menos, ¿me dirá por qué se casará con Amelie? —No era por riqueza, porque él tenía más que la familia de Amelie, mucha más, y tampoco buscaba ganar poder, porque era evidente que lo poseía en exceso—. ¿Qué busca...?

—Como consejo, Edith, no te conviene ser tan curiosa —atajó, un tanto inflexible.

Edith apretó los dientes cuando sintió otra caricia fría en la mejilla. Y todo su cuerpo entró en estado de completa tensión cuando él entrelazó los dedos de su mano libre con los de ella, ejerciendo una ligera presión.

—Tu único trabajo es fingir que eres Amelie, tal como hiciste anoche.

Anoche. Edith apenas podía creer que en menos de un día hubiese destruido ella misma su propia vida.

—¿Lo harás correctamente? —el aliento frío, con un leve aroma a whisky, de ese hombre acarició su rostro y la curiosidad murió en sus labios, aún helados por el frío clima del exterior—. Deberás aprender ruso básico, costumbres nacionales y la historia pública de mi familia, para no levantar sospechas innecesarias.

El peso de todo eso le resultó abrumador, tanto que parpadeó nerviosa e intentó liberar sus dedos de los de él.

—¿Debo aprender todo eso? Es demasiado. ¡No creo poder...!

Los largos dedos de ese hombre se cerraron con opresiva fuerza.

—¿"Demasiado"? ¿No es eso lo que debiste decirle a Amelie Fordyce cuando te pidió ayudarla a desaparecer bajo mis propias narices? "Demasiado", es lo que debió salir de tu boca en ese momento.

Al oír tal regaño, Edith solo apretó los labios y se le quedó viendo. Con un gesto de cabeza, él señaló la segunda planta de la casa.

—Tu habitación es la segunda a la derecha. Junto a la mía, al final.

Cuando al fin se alejó de ella, respiró de alivio y no dudó en ir en busca de su habitación. Cuando entró al frío cuarto, tan vacío y gris como el resto de la casa, se dejó caer en la cama. El silencio era denso, solo roto por el sonido de su propio corazón latiendo desbocado.

Cámaras. Micrófonos. Escáner de retina. ¿Quién era Russie? La fachada de hombre rico no encajaba del todo con él y ese estilo de vida demasiado controlado. Más bien, parecía que había algo mucho más oscuro y peligroso debajo.

¿Y yo estoy atrapada con él? De solo preguntárselo, Edith sintió las náuseas subir por su garganta.

De pronto, sin aviso previo, la puerta de su habitación se abrió. Alexander estaba allí, apoyado en el marco, con un puñado de documentos en mano.

—El anuncio oficial del compromiso será mañana; consistirá en una cena con socios clave. No arruines más la situación, Edith. Comportamiento, cooperación y cordialidad es lo mínimo que espero ver en ti mañana.

Mañana. La palabra resonó en el cráneo de Edith como un disparo sonoro. No tenía tiempo. No tenía forma de evitar que esa bala le diera de lleno. Cuando oyó cómo él cerraba la puerta de nuevo, la habitación comenzó a girar y el pánico se apoderó de ella, puro y animal.

Tatty G.H

¡Hola, querida lectora! Gracias por poner tu atención en esta historia, aun pequeña. Espero verte nuevamente y que los próximos capítulos sean de tu agrado.

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