La lluvia fina de LA, apenas una brisa nocturna, empañaba los cristales del desgastado Fiesta que Edith conducía, difuminando las luces de los elegantes faroles a los costados de la casi vacía carretera. Sus nudillos estaban blancos, aferrados al volante con una fuerza que delataba el nudo de ansiedad y la tensión que le estrujaban el pecho. En el asiento trasero, en una maleta Louis Vuitton de tamaño mediano, que Edith había sacado del enorme y bien surtido vestidor de su adinerada amiga, iba empacada toda la locura que llevaría a cabo esa noche. ¿En qué momento decir "sí" a tu mejor amiga se convirtió en un posible delito? Se preguntó por centésima vez, mordiéndose el labio hasta provocarse dolor y con más ganas de dar un volantazo y volver por la misma calle. Sin embargo, la imagen de Amelie, arrodillada en la alfombra persa del recibidor de la rica mansión, con gruesas lágrimas surcando su impecable maquillaje, aún quemaba la retina de Edith. "¡Es un monstruo, Edie, un tirano e
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