Juana soltó una risa fría.
—¿Quién te crees para darme lecciones?
Antes de que pudiera enfurecerme, la Maestra Castro agarró una escobilla de baño y la estampó contra la cabeza de Juana.
—¿Te atreves a contestarme después de robarle el marido a otra mujer, sinvergüenza?
Juana gritó sorprendida e intentó agarrar la escobilla para defenderse, pero la Maestra Castro no le dio oportunidad. Le sujetó la muñeca y la empujó contra la pared con fuerza.
De inmediato fui a ayudar, inmovilizando las manos de Juana mientras la Maestra Castro le metía la escobilla en la boca.
—¡Perra! ¡Así no vas a poder contestar! ¡No te atrevas a molestar a mi amiga! ¡Voy a callarte la boca para que dejes de gritar!
—¡Ahhh! —Juana aulló de dolor.
Estaba claro que ella sola no podía contra nosotras dos. Nos coordinamos perfectamente: una la golpeaba, la otra la inmovilizaba, sin darle ninguna oportunidad de escapar.
—¡Huguito, ayúdame! —Juana gimoteaba, llamando a Hugo.
Eso me enfureció aún más. Al recordar cómo m