Por eso Hugo permitió que su madre, Isabel, me obligara a hacer todas las tareas del hogar, sin dejarme contratar a una niñera. Incluso se fue de viaje de trabajo cuando yo estaba a punto de dar a luz, para no estar presente en caso de complicaciones y así quedar libre de toda responsabilidad.
¿Crueldad?
Ni siquiera una novela se atrevería a tanto.
El shock que sentía era indescriptible.
Hugo frunció el ceño y, furioso, dijo:
—¡Pero de verdad que eres dura! No te moriste en el camino y esos imbéciles te llevaron al hospital. Me molestó tanto… Planeé todo por tanto tiempo y no moriste en la mesa de parto. Ahora tengo que idear otra manera de matarte.
Así fue como empezaron todos los intentos posteriores.
Hugo me empujó, y debido al dolor intenso en la cabeza y la falta de fuerzas, caí al suelo.
Él me miraba desde arriba, y con un pie me pisaba la cabeza, aplastándome.
—Bueno, Sofía, quédate aquí tranquilamente. Voy a hacer una llamada para que vengan los del manicomio a recogerte, ¿vale