Pasaron los años y el reino prosperó lentamente, como una semilla que, después de ser sembrada en tierras arrasadas, crecía con la fuerza de la esperanza y la dedicación. Isabella y Alejandro se habían convertido en más que una pareja regia. Su unión era la base sobre la cual se levantaba una nueva era. El peso de las decisiones, las pérdidas y las cicatrices de la guerra se fue desvaneciendo, pero jamás desapareció por completo. A veces, cuando el viento frío soplaba en las noches más largas, podían sentir las sombras del pasado acechando en las esquinas más oscuras de sus corazones.
Sin embargo, a pesar de esos momentos de duda, se mantenían firmes. Cada día que pasaba juntos, construían una vida más fuerte, más unida. Juntos habían enfrentado todo lo que el destino les había lanzado, y esa lucha compartida los había hecho invencibles.
Isabella, a pesar de ser una reina, había encontrado un profundo consuelo en las pequeñas cosas. Había dejado de sentirse como una figura distante e