Después de aquel momento de pasión desmedida, Alejandro acomodó a Elena suavemente sobre la cama, deslizándose a su lado con una sonrisa satisfecha en su rostro. La miró con intensidad, los ojos oscuros brillando con clara admiración y deseo.
—Debo decirte algo Elena…Siempre supe que llevabas una leona dentro —murmuró con un tono pícaro, rozando con la yema de los dedos su mejilla sonrojada.
Elena sonrió suavemente, sin fuerzas siquiera para replicar. Se sentía extasiada, como si cada fibra de su ser aún vibrara por la intensidad del momento compartido. Alejandro deslizó una mano por su cintura, atrayéndola más hacia él, y con la voz cargada de ternura y devoción, le susurró al oído:
—Me encantas. Toda tú… completa. De pies a cabeza. Por fuera y por dentro.
Elena suspiró, embriagada por su perfume y por la calidez de su abrazo. Sus párpados se hicieron demasiado pesados mientras sus labios dibujaban una sonrisa adormilada. Se dejó llevar por la sensación de seguridad y calor que él le