Capítulo 5: Una mujer despedida

Para Lucie tener que caminar en medio de todos aquellos invitados tan estirados y arrogantes es un suplicio, pero uno mayor es tener que caminar con esos tacones de trece centímetros para verse un poco más alta y que su jefe no se sintiera avergonzado de ella.

La única ventaja que tiene es que al menos no compartirá la mesa con el tonto de su jefe. A ella le corresponde estar en otra mesa, por supuesto al lado de donde estará él por si se le antoja cualquier cosa, pero con personas según Rogers menos importantes.

Cuando invitan a todos los asistentes a que vayan a tomar asiento, por inercia, comienza a buscar inmediatamente si es que por allí se encuentra al papacito que confirmó por la tarde. Logra verlo unas mesas más allá y se siente satisfecha de saber que, al menos, no estará cerca de ella para ver cómo come, porque para eso es demasiado torpe.

Las entradas comienzan a correr por el lugar y la conversación comienza a hacerse bastante bulliciosa, para algunos amena menos para Lucie. Le ha tocado compartir el lugar con personas que apenas conoce y cada uno se ve más adinerado, arrogante y odioso que el de al lado. De vez en cuando le hacen preguntas y ella responde con estudiada cortesía, pero lo único que desea es salir de allí lo antes posible.

Aunque primero se asegurará de llenarse la panza, porque ni de chiste desperdiciará la oportunidad de comer gratis, no señor.

Antes de que entreguen el plato de fondo se pone de pie pidiendo disculpas y camina hacia los sanitarios. Se mete dentro de uno de los cubículos y se quita los zapatos un momento, aprovecha de estirar las piernas y de masajear suavemente las plantas de sus pies porque le duelen muchísimo.

—Ya falta poco, Lucie, falta poco para ir a casa a descansar con la panza llena.

Deja salir un suspiro, se vuelve a colocar los zapatos y sale para lavarse las manos. Antes de lograr salir del pasillo choca con el cuerpo de un hombre un poco más alto que ella, bastante regordete y que la mira con una lascivia descarada.

—Discúlpeme usted, hermosa señorita, no me fijé que venía usted por ir distraído con mi teléfono —aunque el famoso teléfono no se le ve por ninguna de las manos.

—No se preocupe, esas cosas suelen suceder —Lucie trata de avanzar, pero el hombre la toma por el brazo. Por supuesto que ella le dedica una de esas miradas asesinas que podrían dejarlo tirado en el suelo instantáneamente.

—Pero no tiene por qué irse tan rápido, me gustaría hablar con usted.

—Me temo que usted y yo no tenemos nada de qué hablar, con permiso.

—Y a mí me parece que usted y yo tenemos muchas cosas de las cuales hablar —la insistencia violenta del hombre le enciende todas las alarmas a Lucie y trata de salir de allí lo más rápido posible.

—Pero yo le estoy diciendo que no tenemos nada de qué hablar, si me disculpa quiero regresar porque tengo hambre y ya veo que están sirviendo la comida —Lucie da dos pasos el hombre vuelve a tomarla por el brazo, tira de ella y la acorrala en contra de la pared. Se acerca a ella de manera peligrosa y Lucie puede sentir el olor a alcohol en su aliento, algo que le revuelve las entrañas porque siempre lo ha detestado.

—Veo que usted es muy esquiva… Tal vez le gusta que la conquisten a la manera antigua.

—Querrá decir a la manera cavernícola y no, no me gusta, no es para nada de mi agrado que un hombre fuerce a una mujer a algo que no quiere. Y le advierto que si no me suelta usted en este preciso momento, voy a gritar.

—No valdrá la pena si le tapo la boca con un beso.

El hombre se acerca a ella para besarla y comienza un forcejeo. Porque Lucie quiere evitar a toda costa que el hombre pose sus labios sobre ella, está tan desesperada y nadie llega para ayudar.

De pronto, recuerda los consejos de Jacqueline, una vez que estuvieron hablando acerca de ese tipo de acosos. Respira profundamente, se concentra, posiciona su rodilla en la entrepierna del hombre y la levanta con toda la fuerza que es capaz en ese momento.

El chillido como cerdo que están matando sale de la boca del hombre en lugar de la boca de Lucie. Por supuesto que eso llama la atención de muchas personas, entre ellos su jefe, quien está bastante cerca de aquel pasillo que da a los sanitarios.

Un grupo de personas se acercan para observar qué es lo que ha pasado. Lucie se mantiene aún con la espalda pegada a la pared. Totalmente nerviosa y con las manos temblando, lo que acaba de pasarle en realidad la ha asustado. El hombre, mientras tanto, permanece de rodillas con sus manos en la entrepierna y quejándose del dolor.

—¡¿Qué demonios está pasando aquí?! —la voz de Daniel Rogers se hace sentir y en ese momento, Lucie cree que al contarle su versión de los hechos, el hombre la apoyará.

—Este señor, si es que así se le puede llamar, intentó besarme a la fuerza y yo solo me defendí de su ataque —muchos de los presentes miran con reprobación al hombre, quien se queja de que nadie lo ayuda y alega que es mentira, pero no Daniel Rogers.

Si Rogers tiene un gran defecto, además de su ego mal habido, es que es realmente misógino. Su desprecio hacia las mujeres, el hacerlas sentir inferiores, estúpidas e inservibles es parte de su carácter despreciable. Y por supuesto, en ese momento no iba a dar el favor a Lucie, su asistente, a la mujer en la que se supone confiaba y veía todos los días, por ir en contra de un potencial socio.

—Seguramente tú habrás hecho algo para alterar o para provocar al señor Welch, él es un hombre intachable, un verdadero caballero.

—¡¿Me está jodiendo, verdad?! —la rabia se le sale a luz y a través de esa pregunta, y su jefe la mira con total desaprobación, pero eso a ella ahora mismo no le interesa—. ¡Acabo de decirle que este hombre me acorraló contra la pared e intentó besarme a la fuerza! ¡¿Y usted me está diciendo que es un caballero?!

—Yo solo quise ser amable con ella, pero primero me engatusó y luego se espantó —Dice Welch totalmente rastrero y tratando de ponerse de pie.

Rogers se acerca peligrosamente a Lucie, la mira de arriba abajo con ese gesto despectivo que siempre le dedica para hacerla sentir inferior y le dice con la voz llena de rabia.

—Esta fue la gota que derramó el vaso. Desde ya le digo que está absoluta y completamente despedida, y ni crea que pienso darle algún tipo de indemnización porque usted lo que acaba de hacer es dejarme en ridículo frente a mis invitados, además de agredir a una persona bastante importante.

—¡Pero eso no es justo, él me atacó primero! —le dice ella tratando de defenderse en vano.

—No voy a dejar de creer en la palabra de una eminencia dentro de los negocios por una simple muchachita que juega a ser asistente, que por cierto lo hace bastante mal.

—¿Que lo hago mal…? ¡¿Que lo hago mal?! —le grita sobresaltándolo—. Oh, muy bien, ¡perfecto! Entonces búsquese a una burra que le solucione todos sus problemas, que le tape sus infidelidades contra su esposa con la secretaria de adquisiciones, que tiene veinte años menos que usted.

«Búsquese a una tonta que le aguante sus pedidos de café a cualquier hora del día y que son tan difíciles de aprender como si estuviese estudiando latín.

—Estoy seguro de que encontraré a alguien mejor que usted… y mucho más discreta.

—Perfecto, al menos soy libre para decirle algo que tengo atravesado desde hace mucho tiempo —Lucie se acerca al hombre de manera peligrosa y éste se pone pálido. Retrocede tres pasos porque sabe que la muchacha es de armas tomar. Ella sonríe con suficiencia y le dice con toda la actitud que tiene—. Puede meterse su puesto de asistente, en donde no le llega la luz del sol… ¡¡Viejo verde!!

Lo golpea con la cartera para hacerlo a un lado y sale de allí taconeando con toda la dignidad que el dolor en los pies le permite. Una de las personas que se encuentra allí observando todo es precisamente Armand, sonríe al verla salir tan dignamente y la oye susurrar que lamenta no poder terminar de comer, luego fija la mirada en los hombres que tiene enfrente y se da cuenta que él no tiene nada que hacer allí.

Si Rogers es capaz de pasar por encima de la dignidad de una mujer para defender a un viejo indecente como lo es Welch, y eso todos lo saben, entonces, simplemente está en el lugar equivocado.

Camina hacia la salida. Sin detenerse ni mirar hacia atrás. Alcanza a ver muy lejos de la entrada a Lucie, quitándose los zapatos, lanzándolos muy lejos y después corriendo tras ellos para volver a tomarlos. No puede evitar reírse de la actitud de la mujer, que evidentemente está molesta.

La ve subirse a un taxi y luego de eso se queda con una extraña sensación de que tal vez debió correr hacia ella o tal vez debió defenderla en medio de toda la gente.

Con ese bichito molestando es que camina hacia su auto y decide regresarse a su departamento mientras ordena una pizza, porque, en realidad tiene mucha hambre.

Luego de quitarse el traje y disfrutar la pizza, se está lavando los dientes y mientras se mira al espejo, sonríe al recordar a Lucie, de quién lo que más le ha impresionado y sabe que nunca podrá olvidar son sus ojos marrones.

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