Terminaba de pintar los cuadritos de madera en los que les puse una letra y al armar la frase dice «Felicidades, serás papá otra vez», el regalo se lo entregaría Isaac, a esta hora se encierra en el despacho, no saldrá hasta el anochecer. Estoy feliz, más que eso, me siento realizada, aunque por momentos sigo sintiéndome que estoy en un sueño.
Terminé, guardé las fichas en la caja, le puse un moño. Bajé las escaleras, escuché la moto de Lupe, se la regalamos entre Luisa y yo hace un par de semanas cuando comenzó a cuidar a las gemelas y para que no tardara tanto en transporte de su escuela al rancho.
—Lo siento señora Diana, ¿puedo pasar a la cocina por un vaso con agua?
Estaba colorada, su piel canela se había tornado de un tono rojizo, supuse que así me ponía yo cuando Miguel lanzaba sus olímpicos comentarios subidos de tono. Literalmente Lupe estaba colorada.
—Claro, ¿te pasó algo?
La seguí hasta la cocina. Se tomó dos vasos con agua y luego hizo una pataleta.
—¡Es un pendejo! —alc